Amor y otros experimentos mentales

Reseña del libro “Amor y otros experimentos mentales”, de Sophie Ward

Amor y otros experimentos mentales es uno de esos libros que combinan mucho de lo que busco en una novela. Le faltan dragones y un mapa, pero nadie es perfecto. En diez capítulos Sophie Ward recorre los experimentos mentales más famosos en la historia reciente de las ideas. Esas intersecciones entre filosofía y literatura son los hitos de la narración que comienza con dos mujeres que quieren ser madres, Rachel y Eliza y deriva en un ecosistema híbrido. 

En Amor y otros experimentos mentales los personajes habitan en la grieta entre la biología y la tecnología. La historia se teje entre su genealogía ascendente y descente, junto con voces divinas, voces animales o incluso voces al margen del esquema espacio-temporal. Ese contexto en el que la realidad es inteligibles, es decir, puedes hablar de conocimiento y conciencia. Aunque son herramientas lógicamente complejas y difíciles de conceptualizar, el buen arte de este libro las presenta de manera accesible.

Debo confesar que el principio me costó. Pensé que iba a ser “otra historia” sobre las dificultades de la maternidad, especialmente cuando ocurre con una pareja de lesbianas que necesitan contar con una donación de esperma. En este caso, su amigo Hal cumple con uno de los arquetipos. Sin embargo, en las primeras páginas ya se cuestiona la estabilidad emocional de Rachel que asegura que una hormiga le ha entrado por el ojo y la nota dentro de su cerebro.

En ese momento empiezas a intentar encontrarle sentido al título. O sea, ¿qué hace una hormiga en un cuerpo femenino dentro de un libro sobre amor y filosofía del lenguaje? “Un futuro. No tenía que entender lo de la hormiga, solo aceptar que era parte de la historia de Rachel” (p. 28). Y de repente, aparece un tumor y la crónica de una muerte anunciada. Un hijo que se plantea la diferencia entre morir y haber viajado al espacio. Arthur, el hijo, que quiere ser astronauta. Y hasta aquí puedo leer. “¿Habría más que comprender una vez cruzara el umbral? ¿La acompañarían las historias, su historia? ¿O todo se quedaría atrás como un libro para que lo leyera otra persona?” (p. 152)

A partir del capítulo 2, que arranca con el famoso dilema del prisionero, toda la lectura es un ansia viva por saber cómo va a ir tejiendo las distintas problemáticas entre la ciencia ficción y la literatura existencial que se van planteando. “Si la gente no cree que las matemáticas son simples es porque no se dan cuenta de lo complicada que es la vida”, cita de John Von Neumann en la Asociación de la Maquinaria Computacional, 1947 (p. 49).

Otro de los tópicos que recorre (en el sentido de topos, lugares o hitos visibles) es el de la maternidad o más bien el de la relación con los otros, tanto si hay ADN compartido o aparentemente no lo hay. Y a su vez, estos vínculos son analizados en su relación con la enfermedad y la locura. Amor y otros experimentos mentales va de “amor” pero en el sentido etimológico del eros, es decir, como relación originaria, atracción y afecto hacia “lo otro” que despierta un deseo, similar a la curiosidad y magnetismo del “querer saber”. De ahí que los mundos posibles que se abren con los experimentos mentales sirvan tanto a Eros como al goce de la reflexión, tan olvidado en los mundos veloces. “La preocupación de estar enferma. O de no estar enferma, pero ser infeliz. (…) no llegar nunca a ser madre. El miedo de estar muriéndose o volviéndose loca. O ambas cosas” (p. 123).

Me gustaría poder charlar contigo tras leer Amor y otros experimentos mentales. ¿Qué idea te ha quedado de la conciencia? ¿Usas a menudo la expresión: “debemos ser conscientes de X”? ¿Qué significa? ¿Tu perro es consciente? ¿Una hormiga puede tener conciencia? ¿En qué sentido? Y así ad infinitum. Han comparado esta novela con El mundo de Sofía, por pasear por la historia de la filosofía, o al menos por algunas partes de ella. Sin embargo, el paralelismo mayor está en ser una de esas obras que te incita a cuestionarte sobre tus creencias. Este finalista del Premio Booker 2020 debería incluirse en la biblioteca de textos que animan al Sapere aude (atrévete a pensar).

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