El canto de las ruinas

Reseña del libro “El canto de las ruinas”, de Costa Alcalá

el canto de las ruinas

Esta mañana me enfrento a una reseña muy especial. Y es que me traigo un libro entre manos que no podría ser, ya sabes, más especial.

Conocí a Costa Alcalá (Geòrgia Costa y Fernando Alcalá) hace un tiempo a través de las redes sociales. Me fascinó la forma en la que hablan de la literatura juvenil, la pasión con la que se nota que trabajan y la relación tan especial que hay entre ellos dos. Eso me hizo querer leer sus libros, así que cuando vi que iban a publicar El canto de las ruinas, ni me lo pensé: era la oportunidad perfecta. Sin embargo, todavía no entiendo por qué no empecé antes, ya que estos autores tienen a sus espaldas unos cuantos libros publicados que, tarde o temprano, formarán parte de mi estantería. 

El caso es que me echaba un poco para atrás adentrarme en este libro sin haberme leído antes La música de los prodigios, novela que publicaron anteriormente con Nocturna y que está ambientada en el mismo mundo que el que nos ocupa. Pero al darme cuenta de que no eran continuaciones y que se trataba de libros independientes, me lancé a la piscina. ¡Y en qué momento!

La historia nos lleva a Roma, siglo XVIII. Ya de por sí es una ambientación muy diferente a lo que solemos encontrarnos en la literatura juvenil —cosa que agradezco enormemente—, y que da la oportunidad de investigar registros hasta ahora inexplorados. El caso es que ante mí empezaron a aparecer personajes peculiares y, sobre todo, carismáticos, que hacían que me fuera metiendo en la historia sin ni siquiera darme cuenta. Precisamente esa caracterización de los personajes fue lo que me atrapó. Se notaba que los autores habían invertido muchísimo tiempo en conocerlos, en dotarlos de vida, y eso es algo que, si se hace bien, traspasa el papel a las pocas palabras. Agradecí enormemente que estos personajes fueran así porque fue lo que me permitió que siguiera avanzando llena de curiosidad. No es que la historia a su alrededor no me interesara (ahora voy con eso, un segundo), sino que realmente yo sabía que había llegado hasta ese punto porque sentía a los personajes como viejos conocidos. 

Hablando de la historia, diré que lo más importante que tenéis que saber es que Costa Alcalá inventan un mundo en el que a la magia se la conoce como «prodigios», y la Inquisición los prohibió tajantemente. Sin embargo, una serie de sucesos que comienzan a desencadenarse en la ciudad eterna provoca que los personajes tengan que ingeniárselas para dar vida a esos prodigios de los que os hablo. Esto permite a los autores incluir escenas de acción que dejan el corazón latiendo con fuerza (sobre todo a medida que se acerca el final) y sucesos que, tal vez, consigan sacarte alguna que otra lagrimilla. 

Como ves, la historia que nos presentan los autores es interesantísima, pero te juro que llegó un momento en el que yo estaba tan enganchada a los personajes, a sus relaciones y sus formas de ser, que lo otro lo dejaba en segundo plano. ¡Y no lo hacía a propósito! Era simplemente que las relaciones entre ellos y sus caracterizaciones eran tan ricas que no podía evitar establecer una especie de conexión con ellos. Sobre todo con Brandon Charlemont (maldito Brandon Charlemont).

En fin, que haber llegado hasta El canto de las ruinas me ha permitido disfrutar de toda una experiencia lectora. Sí es verdad que quizás en ciertos momentos he echado de menos no haber leído el libro anterior porque me da la sensación de que me he perdido ciertos detalles que, de haberlos sabido, habría hecho que disfrutara todavía más de la lectura. Pero como ya he dicho antes, son libros independientes, y este pensamiento solo nace fruto de la curiosidad de pensar «¿Y si hubiera leído antes…?». Pero bueno, son cosas que a una se le ocurren y que, supongo, es inevitable cuando se leen libros de este tipo.

Para terminar, quería decir que cada vez me siento más orgullosa del panorama literario juvenil que tenemos en España. Cada día, autores como Costa Alcalá consiguen quitar poco a poco ese horrible —e incierto— estigma que se le ha tenido siempre a la literatura juvenil. Demuestran que los niños y los jóvenes saben lo que quieren: calidad. Y ellos se empeñan por defender esta bandera con cada una de sus palabras. 

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