Gilead, de Marilynne Robinson
Empezar la casa por el tejado conlleva ciertos problemas logísticos. Gilead y En casa, las dos novelas de Marilynne Robinson, se complementan, ninguna es continuación de la otra, suceden básicamente en el mismo tiempo y sea cual sea la que se lea primero uno tiene la sensación de que la habría disfrutado más de haber leído previamente la otra. Ambas son ramas de un mismo árbol, ambas tejado y ambas suelo y paredes, ambas son magníficas, ambas están escritan con prodigiosa elegancia y la mayor parte de los personajes protagonistas lo son, con mayor o menor profundidad en las dos. Y sin embargo, desde un punto de vista narrativo, no podrían ser más diferentes.
Gilead es, fundamentalmente, una carta o un diario de un padre consciente de la inminencia de su muerte a su hijo, quien debe leerla cuando crezca con el objeto de que el libro le devuelva al padre que le robó la muerte, que logre conocerle a través de sus escritos, ya que no podrá hacerlo en persona. Pero no es una carta al uso, es un intento de ejercer de padre, y de hacerlo noblemente, sin imposiciones, pero sobre todo es una muestra de amor. Al igual que En casa, este Gilead es todo un estudio sobre el amor paternofilial, pero no es sólo eso, es una de las más elegantes exhibiciones de un alma al desnudo, con sus grandezas y sus miserias, que jamás haya tenido ocasión de leer.
Gran parte de lo dicho en la reseña de En casa sirve para esta novela, sus valores se mantienen y, si acaso, se puede decir que esta es un tanto más reflexiva, menos asequible, más profunda, si se quiere decir así, y, aunque el tratamiento de los personajes es de todo menos superficial, aquí es diferente porque está más centrado en la óptica de John Ames, el padre que se despide por escrito de su hijo, amigo entrañable del Robert Boughton que a su manera se despide del suyo en En casa y padrino de un Jack Boughton cuya fuerza literaria crece aun más con la lectura de esta segunda (primera en realidad) novela.
John Ames se descubre a sí mismo tratando de mostrarse honesta y sinceramente a su hijo, y no todo lo que descubre le gusta, pone de manifiesto no pocas miserias y debilidades, pero es un buen hombre. Es ya mayor y está enfermo y su mujer y su hijo son jóvenes y están sanos, y él es consciente de que no sólo los va a dejar, sino de que va a hacerlo en una situación económicamente bastante precaria y de que nada va a ser fácil para ellos. A John Ames le duele morirse, le duele infinitamente perderse a su hijo y desde ese dolor, pero sobre todo desde el infinito amor que siente por él, construye un hermosísimo testamento vital, una confesión desgarradora de su yo íntimo que, el lector es consciente, pese a toda su belleza no es sino el intento de conseguir algo imposible, regalarle un padre a un niño huérfano.
En ambas novelas se encuentra latente el tema del racismo, más en Gilead (o más explícitamente), pero de una forma más perturbadora, en tanto que más personal y contradictoria, en En casa, y también se pone de manifiesto la génesis violenta (y el hermoso y bellamente expuesto compromiso antibelicista de John Ames) de los Estados Unidos modernos, así como las no pocas privaciones y turbulencias que padecieron los estados en los que se ambienta la novela que no siempre nos resultan conocidos.
Moría tanta gente tan rápidamente que no había sítio para ponerlos y se limitaban a apilar los cuerpos en el patio. Me presenté para colaborar y lo vi con mis propios ojos. Reclutaban a todos los chicos de la facultad y la gripe barrió el lugar de tal modo que hubo que cerrarlo y los edificios se llenaron de camillas, como si fueran salas de hospital, y hubo una mortandad terrible incluso aquí, en la remota Iowa. Si estas no eran señales, no se me ocurría cuales podrían serlo. Así pués, escribí un sermón al respecto. En él decía, o intentaba decir, que aquellas muertes rescataban a unos jóvenes estúpidos de las consecuencias de su propia ignorancia y valor, que el Señor los reclamaba antes de que pudieran partir a cometer el asesinato de sus semejantes. Y añadí que su muerte era un signo y un aviso al resto de nosotros de que el deseo de ir a la guerra traía las consecuencias de la guerra, pues no hay océano, por grande que sea, que nos proteja del juicio del Señor cuando decidimos forjar espadas de nuestros arados y lanzas de nuestras hoces, a despecho de la voluntad y la gracia de Dios.
Es una novela de una gran calidad, no en vano ganó el premio Pulitzer, pero no es una novela fácil. Igual que ella lucha contra los prejuicios, hay que acercarse a ella carente de éstos, porque siempre debería hacerse, pero sobre todo porque merece la pena. Esta historia se viste con un traje de profunda religiosidad, la que viven muchos de sus personajes y la sociedad en la que se ambienta, pero no es necesario en absoluto probarse ese mismo traje para disfrutarla, para emocionarse y para comprender. Uno se siente cercano gracias a Gilead a una sociedad con la que nada creía tener en común, y eso es un gran mérito. Si leer es vivir mil vidas, sería tan absurdo como aburrido que las mil fueran la misma y Marilynne Robinson nos da la oportunidad de vivir unas vidas que creemos tan ajenas antes de experimentarlas como propias después. Pero sobre todo es una grandísima obra literaria que emociona desde la primera página hasta la última.
Andrés Barrero
andresbarrero@vodafone.es
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Gran reseña amigo!
El caso es que no me importa que un libro no sea muy fácil de leer, pero en ocasiones si me cuesta dejar de lado, durante la lectura, mis pequeñas miserias (los prejuicios)
Un abrazo!
Muy buena reseña! Habrá que darle una oportunidad a este libro, aunque digas que su lectura es difícil, pero parece que merece mucho la pena.
Besotes!!!
A mi me han impactado estos dos libros tal vez por ser en principio tan ajenos a mi forma de ver las cosas y sin embargo tan próximos en tanto que tan humanos. Es un privilegio que tenemos los lectores eso de que de vez en cuando nos presten unos ojos para que veamos cómo de diferente ven el mundo otras personas, aunque a fin de cuentas sea, en determinadas cosas, tan parecido. Lo que quiero decir es que un padre es un padre independientemente de la etiqueta del Dios, la ideología o la técnica a las que recurra para tratar de mitigar el dolor que le pueda causar su hijo, lo que es igualmente aplicable al hijo, al hermano a la pareja, etc y en estos libros recurren a su Dios mostrando en el proceso los personajes su alma desgarradoramente desnuda, lo que viene siemdo desde siempre materia prima de la gran literatura.
En fin, que muchas gracias por vuestros comentarios, siempre es un placer.
Vengo de leer tu reseña de En La casa y sin dudas, este libro complementa a ella; saludos
Gracias, Roberto