El arte de ver las cosas, de John Burroughs

Parece mentira cuánto puede cambiar tu vida un perro. Hace unos años adopté una perra recién nacida y en cuanto aprendió a caminar me hizo seguir sus pasos hasta la montaña más cercana. Desde aquel día he podido volver a la ciudad, caminar por calles asfaltadas, frecuentar bares, pero nunca he podido ya salir de la montaña. Y el hecho de ser cautivo de ella ha provocado que lo sea también de elementos que la envuelven o la caracterizan más si cabe. Uno de ellos es el ‘nature writing’. Y qué delicia de cautividad.

Este es mi sexto libro de Errata naturae, aunque mi querencia (no mi tiempo) me ha pedido muchos más que he ido viendo por el camino, y que leeré seguro algún día. Empecé con Una temporada en Tinker Creek, seguí casi por obligación con Walden y ahora he caído en las trampas de este El arte de ver las cosas, de John Burroughs. A veces me da miedo pensar si vuelvo a los libros de Errata naturae realmente por el contenido o el primer paso que me empuja a hacerlo es el de volver a sentir el olor de las páginas de sus libros. Pero yo creo que, realmente, es por el contenido. Aunque ese olor…

En El arte de ver las cosas, John Burroughs, algo así como un Thoreau pero en sociable, la editorial nos propone una serie de ensayos inéditos en español y seleccionados por ellos mismos con los que mostrar el pensamiento y la filosofía de uno de los naturalistas más importantes de la historia de Estados Unidos. Ensayos de no muchas páginas en los que se tratan temas tan distintos como iguales con un punto siempre en común: la naturaleza. Desde la pena que siente cierto día en el que vende su primera y más querida vaca sabiendo que la manda a una muerte segura a las descripciones más detalladas de los cantos de pájaros que rodean los bosques y llanuras que configuran su universo personal. Burroughs utiliza sus hojas a modo de diario de viaje donde plasmar todo aquello que ve y siente. Él mira, observa y deja que lo observado tome conciencia dentro de él, crezca y forme un pensamiento al que luego él le dará vueltas, le sacará el jugo que quedará plasmado en forma de letras continuadas en papel. Con el lema de siempre y a todo a pie, John Burroughs es capaz de caminar decenas de kilómetros diarios solo porque se le ha metido en la cabeza escuchar el canto del ruiseñor, es capaz de tumbarse en el suelo y esperar horas para ver cómo diablos esa araña ha podido crearse una cueva en el suelo sin dejar rastro de la arena sobrante. Ahí, en ese tipo de imágenes, en el imaginarte a un señor de barba darwinesca (el de la maravillosa cubierta de Mercedes deBellard) tirado en el suelo cara a cara con los ojos de la araña escondida en su pequeña cueva a la espera de una presa, descubres el alma de alguien capaz de arremeter contra los cazadores/asesinos en unos años tan despreocupados por esos temas como los primeros del siglo XX.

Con el naturalismo por bandera y la crítica como estandarte, El arte de ver las cosas es un muy interesante y muy necesario libro con el que abrir los ojos a un mundo que nos rodea (cada vez menos, por desgracia), que nos acomapaña desde siempre (algunos no entendemos por qué todavía lo hace) y que nos aporta todo lo bueno que nos queda (que ya es poco). Alternando partes más descriptivas y farragosas (a menos que de repente seas un amante incondicional de pájaros, insectos o ciertos tipos de animales que ni por asomo veré nunca por las montañas de Barcelona), con otras mucho más profundas y filosóficas, El arte de ver las cosas hace el intento de llenar de aroma verde las librerías, las estanterías de tu casa y, quién sabe, quizás a ti. Nunca he estado seguro de si debo confiar en las palabras de un escritor más allá del pacto lector/autor mientras el libro está abierto, pero aún así, y por todo lo que ofrece, me quedo con el John Burroughs que aquí se muestra: fijo en el presente, optimista convencido, amante de los bosques y animales, defensor a ultranza de países verdes.

«Quizá nunca enganchemos nuestros carros a las estrellas, pero podemos engancharlos a los arroyos de montaña y hacer que las brisas veraniegas levanten nuestras cargas. Entonces, la edad de plata desplazará a la de hierro».

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