El cielo. Troquelados y animaciones para explorar el cielo

Reseña de “El cielo”, de Hèléne Druvert

El cielo

Ya no es por pelotear ni hay sesgo en esta afirmación: Maeva tiene un exquisito criterio editorial y lo demuestra en cada título. Ahora puedes viajar a El cielo de la mano de Hélène Druvert. Si tienes criaturas, sabrás que o ha llegado o va a llegar ese momento “pregunta incómoda” del tipo: ¿por qué los aviones son tan pequeños y caben tantas personas? Pues mirar hacia la cúpula celeste ha sido una constante en todas las épocas de la humanidad y en todas las etapas de una vida individual.


Ahora que hay que tener mucho arte, como el que abraza este libro, para que le llegue una información de calidad y actualizada, a la par que super interesante, igual de eficazmente a un canijo de 10 años que a una de 5. Como las editoriales y las librerías se ven en la obligación de clasificar los títulos por edades -por cuestiones de distribución y localización en los estantes, más que con criterios pedagógicos- estos “Troquelados y animaciones para explorar el cielo” están sugeridos para gente menuda a partir de los 8 años. Ya sabes tú, que la hermana de 5 va a estar asomando la nariz cada vez que te sientes a leer con el mayor.


Y estará bien. Su mirada es distinta y va a enriquecer la lectura. Desplegará la deliciosa hoja de las mariposas o rozará con sus pequeñas manitas los delicados dientes de león recortados al atardecer. El gozo estético no tiene edad. Bueno, sí, algunas de las personas adultas lo pierden, igual que la curiosidad y la alegría de vivir. Pero comenzar, lo que se dice empezar a apreciar la belleza, diría que desde el útero, con esos juegos de luces y sombras acuáticas. Si tenéis oportunidad, os invito a sacar El cielo outdoor y probar a seguir las instrucciones de la canción: “Mirar arriba” (en lugar de “que caen judías”, podéis sustituirlo por “que hay estrellas”), “mirar abajo” (igualmente, que están las constelaciones dibujadas y explicadas). Las noches de verano invitan a hacerlo y la vivencia de compartir la lectura en voz alta con “la prole”, no tiene parangón.


Por otra parte, debo confesar que pertenezco al grupito que salió más enfadado que alegre del cine cuando fue a ver Amélie, hace eones. Sin embargo, el acierto en la dirección de componer la fotografía y puesta en escena, de tal manera que sintieras la textura de las semillas a granel o el olor del amanecer es otro de los logros de El cielo. No encontrarás verdades adultas del tipo: “el cielo es azul y las nubes blancas” con las que algunas aulas matan la imaginación infantil. Aquí todo es una estimulación sensorial que no por ello carece de conocimiento científico y útil. Sí, también te servirá para esos “proyectos expertos” que suelen pedir en los centros educativos más “en la onda”.


Una última razón para leerlo, pero no por ello menos importante: si ha habido alguna generación que ha necesitado con mayúscula entender el equilibrio de los ecosistemas, los procesos migratorios de los animales y la sostenibilidad ecológica del planeta Tierra, es la actual. Si logramos transmitir a nuestros futuros la importancia de admirar, valorar y cuidar nuestro hábitat, quizás tengan un sitio donde crecer y ser felices. Este libro es un must para ello, ya lo verás.

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