El club de la lucha 3

Reseña del cómic “El club de la lucha 3”, de Chuck Palahniuk y Cameron Stewart

el club de la lucha 3

La primera regla del club de la lucha es: no hablar del club de la lucha. Y a pesar de eso siempre había alguien nuevo en la entrada del club. Dispuesto a esperar, dispuesto a aguantar las humillaciones con tal de acceder al sótano. Refugio de nihilistas consumados, de jóvenes abandonados por un sistema neoliberal. Frustrados por no tener una mujercita, un niño cagón y llorón, un perro llorón y cagón y una hipoteca de treinta, cuarenta o cincuenta años; frustrados, y con sensación de haber sido estafados, a pesar de tener todo lo anteriormente mencionado. El desengaño convertido en puñetazos, patadas, bocados que arrancan sangre y golpes que destrozan dientes. ¡En la oreja no! El sinsentido de la nada, de la violencia explícita, como medio para seguir tirando. El narrador y Durden moviéndose en el lodazal de lo underground que apestaba a jabón. Chuck Palahniuk dejando que su prosa lacerante, susurrara la inconformidad mediante la más mordaz de las sátiras con explosivo final en su versión cinematográfica.

La primera regla del club de la lucha es: no hablar del club de la lucha. Y era difícil cumplir esa primera regla cuando El Club de la lucha 2 resucitó a Tyler Durden, al Proyecto Estragos, a un narrador que se llamaba Sebastian (marido de Marla Singer, padre de un niño, propietario de una hipoteca) y a un Chuck Palahniuk que en un ejercicio de metaficción se convertía en un personaje más del cómic. Levantarse o Morir. Nueva empresa de Tyler. Nuevo quebradero de cabeza para Sebastian. Finalidad: acabar con las grandes corporaciones, acabar con la sociedad de consumo y empezar una nueva civilización. ¿Por qué lo sé? Porque Tyler lo sabe. Narcisista, manipulador y carismático. Durden convertía la anarquía en una intención bien estructurada, en un caos ordenado gracias a nuestros miedos infundados por las fake news de internet y al temor a una guerra inmediata y cercana que nunca llega. Sebastian se veía abocado a una lucha de yoes, una lucha entre el bien y el mal más elemental, a intentar averiguar lo que él mismo estaba planeando, a descubrir por qué Tyler afectó también a su padre, a su abuelo, a su tatarabuelo…

La primera regla del club de la lucha es: no hablar del club de la lucha. Y ya van tres. Tres. El club de la lucha 3, publicado por Reservoir Books, trae de nuevo a nuestros personajes favoritos. Más gordos, viejos, calvos, desquiciados, acabados, arrastrándose por la vida como larvas rechonchas hacia una promesa de vida donde la decrepitud no sea el final. Chuck Palahniuk rescata a Tyler del final edulcorado (o casi) que criticaba el fan service en el anterior álbum. Tyler Durden, el arquetipo, la idea que pasa de generación en generación y embrutece a las personas, esta vez unirá fuerzas con Sebastian (ahora llamado Balthazar). Iniciativa Extinción es la evolución de Levantarse o Morir que a su vez fue la transmutación de Proyecto Estragos. Un grupo de terroristas o revolucionarios o supremacistas del bien, se ha hecho con un marco de cuadro que abre la puerta a un nuevo mundo. El Paraíso. Deslizaos. Pero no todos tienen cabida en este lugar de belleza sin parangón, solo los mejores, los aptos, serán aceptados. La forma de hacer el cribado es mediante un virus sexual que se comporta como la versión eficiente del ébola. El infectado deberá infectar a mil personas para hallar la salvación en lo que parece la estafa piramidal de la Thermomix para acceder al Cielo. Una desquiciante carrera contrarreloj para salvar el mundo, sobrevivir al virus y descubrir qué papel desempeñará en este plan celestial el bebé que espera Marla.

La primera regla del club de la lucha es: no hablar del club de la lucha. Algo que Palahniuk cumple con creces en este nuevo cómic, pues el club se convierte en algo casi conceptual, en la cepa inicial de un puñado de bosquejos de un cuadro que no acaba de pintarse. Doce capítulos de una miniserie que parece dejar, mediante enrevesadas metáforas, imposibles moralejas. ¿La crisis de la mediana edad? ¿El arte de masas como bien sobrevalorado? ¿La sociedad actual como un laberinto del cual es imposible escapar? ¿El repulsivo intento del humano por alcanzar el modelo de belleza perfecto en cada era? ¿O es todo simplemente una ida de olla muy loca de Chuck Palahniuk? Cada lector hallará sus propias preguntas, su propia interpretación. Relectura necesaria. Mirar y observar, cada viñeta, los pocos diálogos. Escrutar y buscar pistas. Encontrar el castillo de naipes en un puñado de cartas tiradas por el suelo, eso significa leer El Club de la Lucha 3. Y mientras el lector se devana los sesos e intenta hallar cierto sentido al todo, Palahniuk juega al despiste de la forma que mejor sabe: explicando la incómoda y divertida historia de la juventud de Marla Singer, introduciendo mensajes subliminales (pene), mostrándonos los últimos deseos de Chloe que incluyen mucho sexo y a Stephen Hawking como empotrador, invitándonos a descubrir, mediante datos reales, algunos acontecimientos memorables, y lamentables, de la humanidad o simplemente pasándose por el forro (a sabiendas) conceptos esenciales de la narración para hacer que la trama avance, no hacia buen puerto, si no hacia donde él quiere.

La primera regla del club de la lucha es: no hablar del club de la lucha. Pero lo que mejor habla de El Club de la Lucha 3 es su arte. Se llama Cameron Stewart. Cameron Stewart vuelve con un dibujo cartoon. Eficiente en lo gestual, incómodo y vomitivo cuando de las viñetas salta el semen, los meados o la sangre y revolotean las moscas. Gamberro y experimental cuando Durden y Napoleón se enfrentan en un pulso. Finalmente, David Mack en las portadas, y mediante acuarelas, pone el tono de surrealismo preciso y perfecto a una obra compleja de leer a la que solamente osarán acercarse los fans más acérrimos de Chuck Palahniuk.

2 comentarios en «El club de la lucha 3»

    • “El problema de tener una mente abierta, por supuesto, es que la gente se empeña en llegar y tratar de poner cosas dentro.” Terry Pratchett

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