El gran libro de los perros, de VV.AA.

El gran libro de los perros

Me gustaría empezar diciendo que los padres,
los maridos, los hijos, los amantes y los
amigos están muy bien. Pero no son Perros.
Elizabeth von Arwin

A los libros les pasa como a los perros, por mucho que queramos generalizar cada uno tiene su propia personalidad y El gran libro de los perros tiene mucha y tiene muchas. Porque, como su nombre indica, tiene muchos perros, no canes edulcorados tipo Disney ni animales que a fuerza de antropocentrismo se los imagina uno bípedos e implumes (bueno, implumes, mayormente sí) sino perros de verdad y ahí está su fuerza, su encanto, su personalidad.

Dale prestados tus ojos al hombre
para que mire con tu tristeza.
(Briceida Cuevas Cob)

Los perros que habitan estas páginas son muy diversos y están clasificados en unas categorías tan sugerentes como perros buenos, perros malos, perros que no volveré a ver y perros que me cambiaron, dentro de las cuales se recopilan muchos de los mejores momentos de la literatura canina universal. El responsable de la edición y de la compilación es Jorge de Cascante, autor a su vez capaz de decir cosas como: tenemos mucha suerte de que los perros hayan decidido tolerarnos (o incluso querernos), porque si no estaríamos solos, pero solos de verdad, pero esta edición no se entiende sin las ilustraciones de Alexander Reverdin, que le confieren un encanto tan especial que sólo podría mejorar lo las páginas, ocasionalmente, te lamieran la cara.

Lo más terrible de un perro con bozal
es que no puede bostezar
(Ramón Gómez de la Serna)

El gran libro de los perros es una antología de cuentos, citas, aforismos, chistes, canciones y, en fin, cualquier manifestación literaria protagonizada por perros y el notable talento de sus autores, cuya nómina, por cierto, es posiblemente la más amplia y sorprendente que haya visto jamás. Porque hace falta ser un antólogo dotado de una gran personalidad para incluir en las mismas páginas a Virginia Woolf, Miguel de Cervantes, Ben Brooks, Clarice Lispector, Mark Twain, Jarvis Cocker, Lydia Davis, Jardiel Poncela, Ann Beattie, Richard Brautigan, Muriel Spark, Anton Chejov, Emily Brönte, Franz Kafka, Rafael Azcona, Patricia Highsmith, Tolstói, Ezra Pound, Balzac, Robert Louis Stevenson, Enyd Blyton y Chiquito de la Calzada, entre muchos otros. Y sí, Chiquito de la Calzada, han leído bien. Este es un libro sumamente libre y les tengo que reconocer que no sobra ninguno de los autores, como tampoco lo hace ninguno de los perros.

Dog sees GOD
in the mirror
(Ted Berrigan)

El principal atractivo de esta obra es esta obra, toda ella, con sus múltiples facetas, su sentido del humor, su emotividad, su conocimiento del tema, su pluralidad, pero especialmente sus perros, porque son perros muy de verdad y están escritos con una comprensión del alma canina francamente brillante. La gran cantidad de ellos sirve no sólo para disfrutar de su compañía, sino para tomar conciencia de lo frecuentemente que aparecen por las páginas de todo tipo de libros. Esta constatación es un hecho sumamente reconfortante para cualquier amante de los perros, pero tiene una dimensión que expresa muy bien O. Henry en estas páginas: El ser humano olvidó hace mucho tiempo el lenguaje de los animales. Solo existe un lugar en donde perros y humanos se entienden del todo: la ficción. Así que, después de todo, el perro es el mejor amigo de la literatura.

Para enseñarle algo a un perro lo primero
que tienes que hacer es saber más que
el perro.
(Ramón Gómez de la Serna)

Hace tiempo vi una película cuyo título no recuerdo en la que el protagonista se vuelve omnipotente de repente y decide darle a su perro la capacidad de hablar, con la esperanza de que su amigo, en su sabiduría, le ayude a llevar la carga de sus recién adquiridos poderes. El perro, básicamente, cuando comienza a hablar lo que dice es: quiero una galleta, dame una galleta, quiero una galleta, una galleta, quiero una galleta de las especiales, dame una galleta. Y así. Y a mí me parece que es un retrato bastante certero del lenguaje canino, tengo que reconocer que los perros parlantes de la ficción nunca me fueron especialmente simpáticos. Sin embargo los que aparecen aquí se los cree uno, porque no son personas con cuerpo de perro, sino perros que hablan, y aunque digan más cosas y a veces más profundas que “quiero una galleta”, siguen siendo perros.

Sospecho de la gente a la que no le gustan los perros. Pero
si a un perro no le gusta una persona, me fio siempre
del perro.
(Bill Murray)

Aunque en general es muy divertido, gamberro en ocasiones, hay que decir que la parte de los perros que no volverás a ver es dura, el propio libro lo advierte. A poco empático que sea el lector, conviene que esté avisado: cuando El gran libro de los perros le haga llorar, lo hará como sólo los perros (su ausencia) pueden hacerlo.

El perro ya no existe. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie
ladra. Cuando volvemos del trabajo por la noche, nadie nos está esperando.
Seguimos encontrando sus pelos blancos por toda la casa. Y en nuestra ropa.
Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él.
No los tiramos. Tenemos una loca esperanza: si recogemos suficientes
pelitos, tal vez podamos armar al perro de nuevo.
(Lydia Davis)

El gran libro de los perros es un regalo, no uno cualquiera sino uno que la persona adecuada agradecerá toda su vida porque representa una parte muy importante de la vida de muchas personas a la que probablemente nadie había prestado antes suficiente atención como para recopilarla y demostrar así como de importante es y para cuanta gente lo es. Y debe haber sido difícil, recopilar todos estos textos refleja un trabajo tan titánico como encomiable. Es el libro de aniversario (el centenario) de Blackie Books, una editorial cuya presidenta es una perrita, no podría ser de otra manera. Y aunque uno está acostumbrado a decir cosas sobre los libros que lee, aunque de hecho ya he dicho muchas sobre este, lo único que verdaderamente puedo decir que esté a la altura de mi experiencia al leerlo es gracias. Muchas gracias. Probablemente sobren todas las palabras, al menos todas las que un perro no sea capaz de decir.

Donde siempre hubo una espera
ya no hay nada:
mi perro me ha enseñado a morir.
Nunca escribí su nombre.
Hoy tampoco lo escribo.
Él no podía decirlo
y lo borré con él
(Roberto Juárez)

 

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

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