El hambre de los dioses

Reseña del libro “El hambre de los dioses”, de John Gwynne

el hambre de los dioses

No hay que ser un erudito de la mitología nórdica ni de sus sagas para que te suene el Ragnarok o Erik el Rojo. Los mitos, con una cosmología elaborada y exuberante, exploran las intrincadas relaciones entre los dioses: una familia no muy bien avenida con poderes y capacidades sobrehumanas que a la postre llevan al mundo a su destrucción en una suerte de bucle vicioso. Una tragedia en la que los humanos, para variar, son los últimos monos de la historia y normalmente solo acostumbran a ser meros espectadores del brutal choque entre las fuerzas del bien y del mal. Solo algunos reyes o héroes son dignos de mención. Y aquí entran en juego las sagas. Inicialmente pequeñas leyendas nórdicas que poco a poco fueron evolucionando para, en algunos casos, narrar incluso eventos de los colonos islandeses. Todo este conjunto de leyendas, mitos y sagas han inspirado a no pocos autores, incluyendo a escritores de renombre como J.R.R. Tolkien, Michael Crichton o Neil Gaiman. El último en caer en el embrujo ha sido el escritor de fantasía John Gwynne. Aunque ese hechizo va más allá de escribir pues pertenece a una asociación que se encarga de realizar recreaciones sobre la civilización vikinga. Probablemente gracias a esa regresión que realiza el autor para convertirse en un vikingo (no hay más que echar un vistazo por internet y descubrirlo pertrechado como uno de ellos y con pinta de entrar en batalla) es lo que consiguió darle esa atmósfera especial a La sombra de los dioses. Ingrediente que en El hambre de los dioses (segunda novela de la trilogía Hermanos de Sangre publicada por Minotauro) no solo se mantiene sino que se refuerza con creces.

Lo primero que llama la atención de la novela El hambre de los dioses es ese pequeño resumen que relata lo anteriormente ocurrido. Una nimiedad para algunos pero una tabla de salvación para todos aquellos a los que se nos acumulan las lecturas y releer un libro es casi una misión imposible. Habiendo refrescado la memoria entrar de nuevo en Vigrið es encontrarse con un buen puñado de personajes esparcidos por el tablero de juego y con algunos nuevos contendientes: los dioses entran en acción. La diosa dragona Lik-Rifa planea hacerse con todo el mundo y para ello ha ido reuniendo una hueste compuesta por corrompidos, vaesen (monstruos creados por ella) y todo tipo de adoradores. Su misión es que los corrompidos (humanos con sangre de los antiguos dioses y capacidades especiales que debido a esto son esclavizados) tomen el poder a toda costa. Como contrapartida de esta idea radical tenemos a Los Hermanos de Sangre una banda de mercenarios compuesta totalmente por corrompidos. Siempre esconden su condición y solo exteriorizan su animal interior en batallas que se les ponen en contra. En cierto modo buscan lo mismo que Lik-Rifa, pero sus acciones son menos sectarias y más honorables. A través de Varg (el esclavo que consiguió su libertad y que ahora es parte de los mercenarios) emprenderemos una carrera endiablada por todo Vigrið para rescatar a uno de los suyos. Una aventura que los llevará a recalar en el exótico continente de Iskidan. Las tierras frondosas y frías dejarán paso a un lugar más yermo y caluroso. John Gwynne se sigue valiendo del carismático personaje de Varg y del entrenamiento que está llevando a cabo para explicarnos técnicas de lucha que serán puestas en práctica incluso en alta mar contra unos piratas que ponen los pelos de punta.

En El hambre de los dioses la diplomacia brilla por su ausencia. Los personajes prefieren sacar el hacha y utilizarla a intentar negociar. Los planes de batalla en algunos casos radican en ir allí y matarlos a todos. A esto hay que añadirle que nadie para quieto. Todos son un culo inquieto viajando de aquí para allá sin parar. Debido a todo esto la fantasía escrita por Gwynne, cargadísima de batallas encarnizadas, goza de una acción ágil y sencilla que se le puede hacer bola a los que busquen algo más profundo e intrigas palaciegas. Pero que sea una narración ágil no significa que esté exenta de giros y de confabulaciones. Guðvarr, ese personaje de nariz goteante que en la primera entrega llegué a odiar, aquí se torna alguien con unas dotes especiales para sobrevivir. Mentir, apuñalar por la espalda, huir cuando las cosas se ponen feas y traicionar a quien sea son sus habilidades. Un pedazo de mierdecilla al que poco a poco se le coge cariño y que es testigo de las maquinaciones que llevan a cabo los jarls para conseguir el poder que ambicionan. Y mientras algunos se aferran al poder otros lo hacen a las promesas como es el caso de Orka y Elvar. La primera realizará un viaje épico (y repleto de batallas, como no) para salvar a su hijo. Por fin llega el momento de saber qué papel juegan los niños secuestrados. Su camino se entrelazará con el de Los Hermanos de Sangre e incluso con Los Terrores de la Batalla, donde conocerá a Elvar, la mujer que ha resucitado al mismísimo Ulfrir el dios lobo. En definitiva, El hambre de los dioses, mediante un buen número de personajes (unos con roles más trascendentales y otros como secundarios de lujo), John Gwynne nos muestra una serie de batallas épicas de cariz cinematográfico que poco a poco va dirigiéndose hacia la guerra total en un mundo que se asienta con comodidad en la mitología nórdica y las sagas vikingas.

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