El viento que arrasa

Reseña del libro “El viento que arrasa”, de Selva Almada

El viento que arrasa

Se cumplen diez años de la publicación original de la primera novela de Selva Almada, El viento que arrasa, en la editorial argentina Mardulce. En los tiempos que corren, en los que los lanzamientos son barridos de las estanterías y las mesas de novedades por libros aun más nuevos en menos tiempo que nunca, hay que celebrar que esta siga reeditándose, y que haya subido al trampolín de Literatura Random House (una casa mayor), que la ha colocado junto a Ladrilleros y No es un río en un distinguible tríptico con diseño de Max Rompo sobre ilustraciones de Ornella Pocetti. No es algo casual, obviamente, las tres conforman una trilogía atípica en la que comparten fondo e intención pero no forma ni personajes. La única lástima es que para esta reedición no se le haya echado un último vistazo al texto, que todavía contiene algunas erratas.


Es verano, hace un calor asfixiante y son pocos los valientes que se atreven a cruzar el Chaco. El reverendo Pearson se aventura junto a su hija Leni para ir al encuentro de un pastor amigo suyo. Sin embargo, la vieja camioneta en la que viajan los deja tirados en medio de la nada y tienen que recurrir al taller del pueblo más cercano, el del gringo Bauer. Una figura mítica en la zona, un hombretón duro y varonil como pocos que los atiende y los aloja en el taller desguace que comparte con su hijo al que llaman Tapioca, y en el que ellos mismos habitan.


Allí, entre fantasmas de coches pasados, comenzaremos a saber más acerca de la vida de los cuatro personajes, cada uno con sus flagelos particulares, y no tardaremos en darnos cuenta de que lo que se anunciaba como una road movie se convierte en un drama tenso, pleno de intriga psicológica y de gran hondura que se despliega de una manera limpia, simple, poniendo peso en cada palabra entre el polvo y el calor en vez de acumularlas una detrás de otra. La ausencia de las dos madres, cada una fuera de cuadro por distintas circunstancias, nos deja a solas con los pensamientos de los hombres, que serán los catalizadores de la narración. Porque esta es una novela precisamente sobre cómo ellos educan a los hijos, de qué manera las decisiones que toman sobre su propia vida forman sus caracteres. Además, como en el caso de Ladrilleros y No es un río, su violencia larvada sale a relucir en un momento determinado y se convierte en el detonante de un final sorpresivo que le viene perfecto al resto del texto.


Considero a Selva Almada una escritora capital en el panorama actual, al menos en castellano. El viento que arrasa contiene todos los elementos que luego ha ido desarrollando en su narrativa y que la han convertido en una referencia de ese tamaño: su capacidad hablar de lo universal desde lo tradicional, lo local, lo regional, su excelso manejo de la psicología de los personajes, una inusitada calidad que no se pierde en los vericuetos de narraciones demasiado extensas y, por qué no decirlo, una fuerza motriz. Parece que todo lo que cuenta tiene un destino, un sentido, un propósito, y que a la vez el conjunto de su obra lo tiene asimismo. Algo muy difícil de encontrar en estos tiempos movibles en los que una década da para cambiar de camisa, de pareja y de ideas varias veces.


Para quienes ya hayan pasado por alguna novela de Selva Almada, El viento que arrasa será más de lo mismo sin que nada sea igual. Una delicia, sin duda.

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