Furias desatadas

Reseña del libro “Furias desatadas”, de Richard Morgan

Furias desatadas

Takeshi Kovacs regresa al mundo de Harlan, su lugar de nacimiento, para la tercera y última entrega de la saga que Richard Morgan comenzó con la ya conocidísima Carbono modificado. La suya nunca ha sido una tierra amable, vigilada desde los cielos por una flota de naves marcianas zombis que desintegran casi cualquier cosa que levante el vuelo, pero es que además en el escaso territorio que se alza sobre las aguas del planeta las cosas han ido a peor desde su último reenfundado. Kovacs se encuentra con que casi todo vestigio de la rebelión liderada por Quellcrist Falconer ha sido barrido y que el poder se ha repartido en un equilibrio muy inestable entre la nobleza local (las Primeras Familias), las corporaciones y la yakuza. Por si fuera poco, los Caballeros de la Nueva Revelación, una orden religiosa machista y retrógrada, han ganado suficientes adeptos como para convertirse en un verdadero incordio.


En medio de una cruzada personal por venganza, Kovacs se une a una tropa de descom, mercenarios encargados de limpiar una zona de Harlan (Nueva Hokkaido) de máquinas de guerra con inteligencia artificial abandonadas allí después de la rebelión qüelista. Por si no fuera suficiente con lidiar con artefactos destructivos hiperdesarrollados, después de un combate la líder de su equipo, Sylvie, comienza a hablar y a comportarse, igual que si estuviera poseída, como la propia Quellcrist Falconer, cuyos restos mortales nunca se encontraron.


No tiene piedad de nuestra memoria Richard Morgan y comienza Furias desatadas a todo trapo, con nuestro querido emisario de una refriega en otra y sus lectores agobiados, tratando de asimilar la jerga ya habitual con la que salpica la narración al tiempo que ordenan sus referencias sobre los lugares por los que transita y su turbulento pasado. El volumen pasa de las ochocientas páginas y sobre todo al principio hay que darle mucha paciencia, disfrutar simplemente con el Kovacs que ya conocíamos, socarrón y constantemente cabreado, metiéndose en líos. Sirven los dos primeros capítulos para que Kovacs se cree enemigos mortales entre la yakuza, los sacerdotes de la Nueva Revelación y las Familias, que no cejarán en su empeño por acabar con él. Como ya se avanza en el prólogo, su plan para neutralizarlo de una vez por todas será lanzar contra él un clon: un reenfundado de una versión guardada doscientos años antes del propio Takeshi. Un cóctel explosivo, entonces, que por si fuera poco lo que ya había sobre la mesa nos transforma la novela en un juego de dobles.


Así como Carbono modificado era un thriller y Ángeles rotos una space opera militar, podríamos decir que Furias desatadas es más una vertiginosa intriga de corte político-religioso. Las tramas no se continúan y se puede leer suelto, aunque para disfrutar al cien por cien de él puede ser necesario algo de contexto. Al igual que ocurría en la anterior entrega, prácticamente el único personaje (vivo) que repite es el propio Kovacs, y Richard Morgan aprovecha para enriquecer el peculiar cosmos que había creado en torno a su protagonista. La religión y los problemas éticos del reenfundado aparecen constantemente, así como la exhibición de la cara más nociva del neoliberalismo total en el que se mueve Harlan. Además, en uno de los puntos fuertes de la novela, un acierto con respecto a la segunda, esta vez se encarga de anudar los cabos sueltos y Furias desatadas, que no olvidemos que se publicó originalmente hace diecisiete años, resulta un final convincente para la trilogía. Más allá de las escenas de lucha con elementos ultratecnológicos, en las que ya era muy bueno, el Richard Morgan de Furias desatadas es un escritor más maduro, con unos diálogos mucho mejor trabajados y una profundidad asombrosa.

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