Gazpacho agridulce, de Quan Zhou Wu

La cultura asiática está hoy tan asentada en occidente que ya apenas reparamos en ciertos elementos que la distinguían. Japón y Corea del Sur son, con diferencia, los grandes exponentes de la cultura asiática que más se ha difundido en Europa y América a través del manga, el anime, la moda, el cine de autor y la gastronomía. La distancia geográfica no es impedimento gracias a los vuelos más o menos económicos y sobre todo a internet, herramienta que, de algún modo, nos aliena para crear una cultura colectiva unificada. La identidad individual pasa a segundo plano en favor de una identidad colmena; pensamiento y motivaciones son cada vez más parecidas en cualquier lado del planeta. En cuanto a la cultura china, más hermética y anclada en las tradiciones populares antiguas, sigue teniendo su exotismo casi romántico por el desconocimiento que nos provoca. Aunque los chinos están por todas partes, aún conservan su identidad y costumbres muy marcadas. Da la impresión de que la cultura de la que procedes, en este caso, la china, no es algo que se aprehenda o se cultive por el lugar donde naces o vives, sino la que te viene impuesta por tus ascendientes y tus rasgos. Un chino es chino en Pekín, en Londres o en un pueblo cualquiera de Málaga. Esa es su identidad. ¿Qué ocurre entonces con tres hermanas con rasgos chinos heredados de sus padres chinos, con nombres chinos, que nacieron en Andalucía, que se educan y relacionan con españoles y que hablan con acento andaluz? Pues que surgen tres andaluchinas en busca de su identidad en este sugerente menú gastronómico llamado Gazpacho agridulce.

Quan Zhou Wu se adentra en el mundo del cómic de la mano de Astiberri para presentarnos a su familia a través de un relato autobiográfico cargado de simpatía, descaro y mucha guasa andaluza. El choque de culturas está asegurado; de un lado, los tradicionales padres, migrantes chinos que llegaron a un pueblecito de Málaga sin apenas chapurrear español (no digamos ya léxico propio malagueño) para montar lo que en aquel entonces era del todo exótico: un restaurante chino con sus dragones y sus cornisas decorativas a la entrada y su pato a la naranja y macedonia china en la carta. De otro lado, las hijas, nacidas en dicho pueblo y, para desgracia de sus padres que esperaban un varón que heredase el negocio, chicas. Con el tiempo, llegaría también el ansiado heredero. Quan, la mediana, «un poco más fea que la mayor, a la que casarán mejor» como dice su madre (a mí me parece un encanto) se encargará de relatarnos las diversas anécdotas que pueblan su vida y la de su familia. Lo irreverente se mezcla con lo ingenuo de unas niñas que se tenían que desdoblar entre las clases en la escuela y el duro trabajo en el restaurante. No solo eso, debían también lidiar con la férrea doctrina tradicional de su madre frente a la cada vez más absorbida costumbre y cultura española de las que son parte. Es esta la reflexión más destacada del cómic de Quan, la lucha por buscar su propia identidad. Y en esa lucha se dejarán retazos, no ya de renegar de sus orígenes, sino de la construcción individual de cada uno y no impuesta por la familia de la que procedes, los rasgos con los que naces o los prejuicios de los otros. Porque de esto hay y mucho. Todavía hoy resulta “gracioso” escuchar a alguien de ojos rasgados soltar un «¡ozú, qué caló hace en este puto pueblo!». ¿Es china, andaluza, qué es? Pues ella lo define mejor que nadie: son andaluchinas.

En cuanto a la parte gráfica, los dibujitos vaya, van en consonancia con el tono simpático y amable de la historia. Muy expresivos y caricaturescos con gestos estridentes que enfatizan las emociones muy al estilo manga, pero también aquí con la mezcla de culturas. El modo narrativo de lectura es el propio de la cultura de los cómics occidentales, es decir, se lee desde la primera página y de izquierda a derecha. La composición de las viñetas en la página es muy variable. Juega con todo tipo de partición de la página para narrar, cruzando, fragmentando y entremezclando las viñetas según toque lo cual consigue un efecto muy activo y atrayente visualmente. Cierto es que no tengo especial predilección por el cómic, mal digamos, “cuqui”, es más, suelo huir de él, pero este me ha convencido, en parte, por esa capacidad de expresar gráficamente el caos interactivo de los personajes. Su historia, estructurada al modo de la carta del restaurante chino —entrantes, primer y segundo plato y postre—, me ha despertado simpatía, sacando más una sonrisa que carcajada. Esta inclusión del menú chino junto a los elementos destacados de composición, dibujo, tono y lectura narrativa ponen de relieve la diversidad de estilos y fuentes de las que bebe Quan Zhou para crear su obra y que hacen de ella una autora de cómics polifacética y en plena búsqueda de identidad y estilo propios que seguro irán evolucionando en futuras historietas.

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