Hijos sin hijos

Hijos sin hijos, de Enrique Vila-Matas

Hijos sin hijos

Catorce relatos sobre personajes anónimos, casi insignificantes, que esconden un ingenioso juego literario.

Cualquier libro de Enrique Vila-Matas es mucho más que la historia que en él se narra o que la forma en que está escrito.  No en vano en Dublinesca, además de rendir un apasionado y emotivo homenaje a la literatura en casi todas sus facetas, el escritor barcelonés abogaba por un papel más activo del lector, que no debe conformarse con ser un mero espectador, un elemento pasivo y anónimo de una representación ejecutada a mayor gloria del autor: la literatura puede ser más que ocio para el lector y lucimiento para el escritor; puede ser  complicidad, juego, estímulo, intercambio.  Puede serlo y debe serlo.

Hijos sin hijos, editado por primera vez en 1993, reúne quince breves narraciones, quince (en realidad catorce, pues el primero es en realidad un cita de Kafka) extraordinarios relatos de Enrique Vila-Matas, lo que, a fin de cuentas, no deja de ser una redundancia: no voy yo a venir a estas alturas a descubrir la calidad de este escritor, uno de los autores españoles más valorados en todo el mundo.  Si lo deseamos, podemos quedarnos ahí; catorce excelentes relatos, que además se cuentan entre las obras predilectas de su autor.  Pero como ya les he dicho siempre hay algo más en un libro de Vila-Matas: Hijos sin hijos es también un pequeño juego, un ingenioso artefacto cuyos engranajes ocultos son momentos históricos, guiños literarios y veladas referencias personales.  La llave que pone en marcha el mecanismo aparece en la primera página: se trata de la conocida entrada del 2 agosto 1914 del diario de Franz Kafka: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia.  Por la tarde, fui a nadar”.

A partir de esta cita, que ya pone al lector sobre aviso de que el individualismo y la indiferencia tienen mucho que ver con los textos que tiene en sus manos, Vila-Matas encadena catorce relatos sobre personas sencillas y anónimas, casi insignificantes, que, como Kafka, están mucho más atentos a los minúsculos acontecimientos que gobiernan sus difíciles y azarosas vidas, con los que tienen que bregar a diario, que a los destinados a figurar en los libros de Historia.  Estos últimos sucesos (la muerte de Francisco Franco, el lanzamiento del Sputnik, la caída del muro de Berlín) aparecen en cada relato, perfectamente reconocibles y fácilmente ignorables, como el sordo ruido de la maquinaria de la vida, y los personajes los viven con “una indiferencia distante que les permite no estar ligados a la realidad sino por un hilo invisible, como el de una araña”, como si les fueran completamente ajenos o, incluso, como si se tratase de una intolerable muestra de mala educación del mundo, empeñado inexplicablemente en distraerles de sus tareas diarias.

A través de estos acontecimientos aislados y desprovistos de contexto, titulares a los que nadie presta atención, y en ocasiones ni siquiera crédito, Vila-Matas recorre de puntillas 41 años ―los mismos que tenía Kafka al morir― de la historia de España, desde1952 a 1993, reduciéndola a su justa estatura, poniéndola al mismo nivel que el resto de hechos cotidianos en la existencia de los protagonistas de los relatos: un escritor en busca de los paisajes de su infancia, una madre atrapada por un hijo diabólico, una profesora de piano que decide mandarlo todo a paseo, un extravagante electricista obsesionado por una tumba, un oscuro empleado que tiene una sola historia ―de la “mili”, además― para contar…

Todos son hijos sin hijos y su conducta, en la mayoría de los casos, recuerda a esos seres a los que su propia naturaleza aleja de la sociedad; seres que, en contra de lo que pueda suponerse, no necesitan que nadie les defienda porque, siendo oscuros, la incomprensión no puede hacer blanco en ellos; seres que tampoco necesitan ser confortados, que si quieren seguir siendo de verdad sólo pueden alimentarse de sí mismos, de forma que no se les puede ayudar sin hacerles daño.”

No acaba aquí el juego; si la breve y heterodoxa historia de España que mueve la maquinaria de Hijos sin hijos es fácil de identificar, no tanto sucede con las citas y los pasajes de la vida de Kafka (“el hijo sin hijos por excelencia”) que inspiran cada narración, pero ahí están, por si el lector quiere entretenerse en identificarlos.  También puede buscar los puntos de contacto entre los relatos, independientes y dispersos en el tiempo y la geografía, pero que ocultan pequeños túneles que conducen de unos a otros.

Pero lo fascinante de este ingenioso artefacto es que sólo es complejo cuando se intenta describir su mecanismo: como si se tratara de un reloj de precisión, funciona con una naturalidad sorprendente, no hay nada artificioso ni superfluo en la manera en la que las manecillas avanzan suavemente de relato en relato: esa es la gran aportación de Vila-Matas, haber sabido hablar sobre literatura ―y plasmar su pasión por ella― sin dejar de hacer buena literatura.  ¿Porque conformarse con leer un libro si podemos jugar con él?

Javier BR
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3 comentarios en «Hijos sin hijos»

  1. Deberé confesarte que nada he leído de Vila-Matas, nada y sé que debo poner fin a esta falta imperdonable jejejej, es posible que la primera sea Dublinescas o incluso alguna anterior, esta también me atrae y guardo este título pero ya que tengo la idea de de leer varios prefiero ir por orden.

    Un abrazo!

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  2. Susana, Margarita, casi me da vergüenza contestar con tanto retraso, pero últimamente le dedico poco tiempo a la red. Para mí Vila-Matas es uno de los mejores y más innovadores escritores españoles actuales. Dublinesca es un buen título para comenzar con su obra, porque además es todo un homenaje a la literatura. Un saludo y gracias por vuestros comentarios.

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