Inmortal

Reseña del libro “Inmortal”, de Mariano F. Urresti

Inmortal
Inmortal

“No hay nada más extraordinario que lo que sucede entre los pliegues de lo ordinario, entre los recovecos de lo cotidiano”.

Esta frase extraída del prólogo del libro que hoy nos ocupa, Inmortal, de Mariano F. Urresti, expone bien a las claras las intenciones del mismo. De ambos. Porque este libro es el sueño de su autor, uno que no se conforma con soñar con ser como su libro, como el común de los escritores mortales, sino con ser su libro, parafraseando al inmortal Robert Louis Stevenson. Y también es el producto de un niño soñador que siempre fantaseó con detener el tiempo. Y este anhelo es compartido por todos cuando, ya de adultos, contemplamos envejecer a los seres que amamos. La servidumbre inevitable de la mortalidad.

Por eso, el inconformismo con esta ley natural, es decir, la búsqueda de la inmortalidad, es el leit motiv de la novela. Y las distintas líneas temporales que se entrelazan, la forma de plasmarla que ha urdido el autor, de una manera que me ha recordado a esas novelas anglosajonas de portadas exóticas que leía a principios de los noventa que osaban jugar y enhebrar la magia y épocas pretéritas con la actualidad. Recuerdo especialmente Las puertas de Anubis, de Tim Powers, que fue premio Philip K. Dick y hoy es considerada una obra de culto de la fantasía. O, bastante más reciente y de factura patria, El Club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte, donde la importancia de ciertos libros y de sus autores, la aparición de grimorios ocultos, la presencia de magia oscura, la eterna lucha del bien y del mal, las logias secretas y la búsqueda de un ideal son elementos concomitantes entre ambas.

Inmortal, como la novela de Tim Powers que comentaba entes, tienen el Londres de finales del XIX como escenario principal, y ambas entrelazan la magia, el folclore y los saltos temporales y de épocas. En Inmortal irán apareciendo personajes tan insignes como Dickens, Bram Stoker, James Matthew Barrie, el autor de Peter Pan y otros, anónimos, no históricos, pero cuya principal misión es esa búsqueda literal de la inmortalidad ―la que los otros consiguieron con su obra literaria― y servir de nexo de unión entre los literatos… y entre la otra linea temporal, esa que ocurre en nuestros días, en primera persona. Y aquí llega la sorpresa: el protagonista es el autor. Vale, él mismo lo anunciaba al principio, expresando sin ambages que “sus libros son el fruto de su propia vida aderezado con algunas gotas de imaginación¨. Aparece con otros apellidos, sí, pero menciona los libros que ha escrito (sólo hay que compararlos con los que desglosa en la biografía de la solapa) y detalles de su vida que coinciden por completo.

Un alter ego muy cercano, por tanto. Esta utilización (o alterización) me parecía, cuando menos, osada. No porque sea una argucia metaliteraria muy original para ofrecer una pátina de verosimilitud de la historia al lector y, al mismo tiempo, sumergirlo desde el primer momento en ella, ya que son muchas las obras que se valen de ella. Me viene a la cabeza La historiadora de Elizabeth Kostova ―novela a la que también se asemeja ésta no solo en el empleo de esta primera persona inmersiva, sino en la nota personal como preludio al libro aludiendo a cuestiones personales para resolver un enigma que atañe a la realidad y pervivencia del mito de Drácula trascendiendo fronteras y tiempos―, o el propio Drácula de Stoker, en cuyo prefacio original asegura que todo lo contado y sus protagonistas son reales, sino por lo arriesgado que me parece como recurso. Creo que Urresti defiende bien su papel, aunque esta parte de la novela que transcurre en nuestros días y que se alterna con la otra, la del pasado (aunque ambas acabaran contactando, como no podía ser de otra manera, a través de ciertos personajes inmortales), me ha intrigado menos que la del Londres antiguo. Quizá porque, paradójicamente, me ha resultado menos creíble.

Y eso que en la otra parte, la pretérita, hay un enorme maremágnum de hechos a los que el autor trata de buscar su conexión: Dickens, dos niños mendigos (uno de los cuales, Chael, me ha resultado fascinante en su desarrollo) y dos niñas de alta alcurnia de la City unidos por el amor y el destino; el autor inmortal de Drácula; el de Peter Pan, donde el surgimiento de la idea germinal de su historia y su relación con el resto de personajes coetáneos me resulta el encaje más complejo y el que más me ha chirriado; una logia ocultista desconocida entre las muchas de la época; la pervivencia de un Edén en África unida a la histórica búsqueda de las fuentes del Nilo; y los crímenes en Whitechapel de Jack el Destripador, a los que el autor otorga una nueva visión, una nueva significación y nuevos autores, como hace Alan Moore en su mítica novela gráfica From Hell.

Es lógico que vuelvas a pensar de nuevo que qué osadía. Pero Urresti hace que todo vaya encajando como un guante, a pesar de pequeñas desconexiones o repetición de argumentos, obvias en una novela tan compleja y extensa, suplidas con un alarde de documentación histórica excelsa ―se nota sobremanera que ha visitado en persona muchos de los lugares que describe a lo largo de la novela―, una maravillosa imaginación y mucho talento.

En conclusión, un libro del que los amantes de la novela clásica, cuasi gótica, de los enigmas históricos y de aquellos que piensan como los niños que fuimos que la realidad tiene unas costuras muy frágiles, disfrutarán enormemente; en la que el gozo por descubrir lugares desconocidos como si estuviéramos allí mismo, datos ignorados de una época fascinante y a unos autores y unas obras inmortales ―que no por conocidas dejan de tener secretos―, irá in crescendo y nos dejará, por momentos, sin aliento. Y a un autor que está en camino de lograr, como aquellos, la inmortalidad. Lógico. Es cuestión de permitir que la semilla que ha sembrado crezca y madure.

Deja un comentario