Niños de domingo

Reseña del libro “Niños de domingo”, de Ingmar Bergman

Niños de domingo

Niños de domingo es el segundo capítulo de la particular, intensa e intimísima trilogía narrativa que el extraordinario cineasta sueco Ingmar Bergman escribió allá por los noventa para contar (mejor dicho, novelar) la apasionante historia de su familia, y que llegó a España por primera vez en 2021 de la mano de los amigos de Fulgencio Pimentel con la publicación de La buena voluntad, la primera de las tres novelas que lo conforman (y cuya reseña (por si aquella vez no estuvo usted atento/a) puede leer también aquí).

Niños de domingo es, sobre todo, una fantástica novela del padre. Si la primera de la trilogía se centraba en cómo se fraguó la relación entre el reverendo Erik Bergman y la aristócrata Karin Akerblom, así como en la inevitable confrontación de esos dos mundos que ambos representaban, tan distantes y opuestos en aquellos albores del s.XX, esta vez Bergman pone el claroscuro de su sensible ojo en la figura del pastor y en lo que representa para su hijo menor Pu (ese enclenque e imaginativo niño de ocho años que no es otro que el propio Ingmar jugando a recordar su propia infancia). En esta novela, el reverendo Erik Bergman se nos presenta como un hombre de dos caras, un siervo de dios colérico y piadoso a partes iguales. Porque el pastor Bergman es un cínico, un pecador, pero también es un ser débil y atormentado sobre el que pesa tanta cantidad de reproches como de respeto y admiración.

Niños de domingo también es, sin duda, una novela de formación. La del pequeño Pu Bergman caminando a tientas por el oscuro pero apacible pasillo de su propia infancia, abriendo a la vez las puertas de la realidad y de la fantasía. Es el pequeño Pu perseguido por el terror que provoca la muerte y descubriendo el dolor de la vida. Es Bergman, el real, recordando en una fantástica novela cómo, un fin de semana cualquiera y en una destartalada casa de vacaciones, comenzó a desentrañar la interminable madeja de la vida, que suele ser mitad de verdad y mitad de pura mentira.

Niños de domingo es, no lo olvide, Ingmar Bergman en modo (pedazo de) escritor. Bergman con su estilo sencillo y ágil, y con esa voz, esa forma de relatar, tierna e ingenua que suele tener la voz de un niño, la del Pu Bergman que Ingmar Bergman fue (o pudo ser). Es Bergman con sus silencios, (joder, esos silencios únicos de Bergman), esos silencios que gritan. Es Bergman y sus descripciones costumbristas, tan clásicas, tan a cámara lenta. Tan del cine. Bergman y sus intensas y dramáticas escenas, vibrantes y humanas. Bergman. Sus diálogos, tan de guión, tan sinceros. Y, por supuesto, es un originalísimo Bergman en esos dos narradores que ya descubrimos en su anterior novela, pisándose la historia constantemente.  

Niños de domingo es una maravilla de novela (corta), (¿quizás la mejor de las tres?) y un libro único para sentarse a leerlo en dos tardes (de domingo, por supuesto) y justo antes de volver al aciago y terrible mundo en guerra que habitamos.

En ella, usted recordará que la verdad siempre es una, aunque algunos magos sepan fabricar muchas monedas falsas.

Que la infancia es donde tiene lugar el resto de nuestra vida.

Que el amor, la dicha, la muerte o el dolor nos persiguen y nos esquivan hasta que nos atrapan sin remedio y que, para ver bien en la oscuridad, a veces basta con cerrar los ojos.

O, simplemente, con volver a ser un niño de domingo.

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