Prestigio, de Rachel Cusk

Prestigio¿Por qué nos gusta Rachel Cusk? Es complicado de explicar. Vaya por delante que solo he leído sus tres últimas novelas, que en español publica Asteroide: A contraluz, Tránsito y Prestigio, así que hay una parte de su bibliografía que ignoro. Tampoco tengo unas ganas enormes ahora mismo de seguir con el resto de sus libros, en parte por el miedo a llegar a ese inevitable punto de decepción que uno siempre experimenta con alguna obra de sus escritoras preferidas. Porque ella es una de las mías. Sin embargo, si trato de narrar sus argumentos a cualquier interlocutor lo más seguro es que me quede en blanco, o que aburra hablando en círculos. No trata unos temas escabrosos, ni sus anécdotas son especialmente memorables. Y si bien es cierto que para mí escribe de manera espectacular, lo hace de un modo muy modesto, esquivando terminar en las carpetas de los adolescentes o en las consabidas citas del principio del resto de libros.
Pero Rachel Cusk me gusta, nos gusta. Porque dice verdades como puños sin tener que ser (apenas) descarnada, porque crea un abanico de voces increíblemente amplio, porque no lleva de la mano a los lectores sino que les sienta a la mesa, a su mesa, y deja que ellos coman hasta saciarse. Hay quien ha definido su literatura como “ficción negativa”, dado que no parece que invente, simplemente recoge y expone, aunque sin perder de vista la primera persona. Se diría que está embarcada en superar desde dentro la autoficción, lo primero que viene a la cabeza cuando quiere emparejar su narrativa con algo conocido. Hay que adentrarse bastante en sus libros para darse cuenta del trampantojo, dado que formalmente conserva sus elementos fundamentales, pero Cusk más bien rompe las costuras del ego y sitúa el tu y las historias de aquellos que se va encontrando como el centro del libro y no al revés.
Prestigio coloca a Faye, la protagonista, de nuevo en el continente, y otra vez en un viaje relacionado con su escritura, tal y como vimos en A contraluz. En vez de impartir un curso, como en aquella ocasión, en este caso se trata de asistir a un par de festivales. Como la autora admite sin incluirse en esta categoría, cada vez más zombis de la literatura pasean de un evento a otro dejando intervenciones memorables, seguramente las mismas en todos lados, y produciendo entre medias una literatura de segunda clase para seguir en la rueda de los viajes, los encuentros y las mesas redondas. Así que Prestigio se despacha entre presentaciones, discursos y banquetes y se asemeja en su estructura a uno de esos bailes en los que con cada toque de campana hay que cambiar de pareja. Gran parte del libro se dedica a reflexionar, obviamente, sobre la vacuidad de cierto tipo de manifestaciones artísticas, y casi todos los interlocutores de Faye inciden en los compromisos adquiridos y en cómo estos conforman sus vidas. Desde el editor que busca éxitos de ventas para poder publicarla a ella hasta el crítico que duda si ser menos sincero para poder caer mejor y no perder sus posibilidades como autor.
Aparte de apariencias y compromisos, hay largos y sustanciosos párrafos sobre el papel de la mujer en la sociedad, la maternidad e incluso el Brexit, que además le sirve para hablar brevemente del matrimonio, otro de sus temas preferidos. Hablar o más bien charlar, dejar que otros lo digan, registrarlo en palabras para que uno pueda volver a ellas y reflexionar por su cuenta. Es la verdadera valía de esta autora, su capacidad para lanzarnos nuestra propia vida a la cara sin decirnos de ninguna manera qué hacer con ella.
La única pega que se le podría poner a Prestigio, que se puede leer de manera individual sin haberse cruzado con ninguno de los dos anteriores, es que no se diferencia mucho de ellos y que no posee un final tan potente como para considerarlo imprescindible en la trilogía. La venganza los canaperos y asiduos a festivales que hace tiempo que dejaron de escribir sus mejores obras será precisamente incidir en este aspecto. Quizá yo también tenga mi parte mediocre por haberlo mencionado, por supuesto, pero quién no queda como un escritor mediocre comparado con Rachel Cusk.

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