Primer cuchillo

Reseña del cómic “Primer cuchillo”, de VV.AA.

Primer cuchillo

Esta es mi primera reseña de un cómic, lo que me supone una enorme responsabilidad. Pero no soy un neófito en esto. Los cómics han estado siempre presentes en mi vida. Fueron, con en tantos casos, el primer contacto de un niño con géneros literarios que aún no habían caído en mis manos, como la ciencia ficción, por ejemplo, o con personajes poco literarios, como los superhéroes. Y funcionaron luego, cuando busqué géneros más adultos, como introducción a universos de guionistas a los que descubrí primero en este arte y que luego, cuando hicieron sus pinitos en la prosa, admiré aún más, casos de los celebérrimos Neil Gaiman o Alan Moore.

Este que hoy me ocupa, “Primer cuchillo”, nos traslada a una Norteamérica distópica, involucionada, donde distintos clanes y tribus luchan por la supervivencia y por hacerse con el control. Así expuesto, nada nuevo bajo el sol. Los protagonista son el cacique de una tribu, cuyo nombre da título al cómic, y una sacerdotisa de una tribu contraria. Ella encontrará por casualidad, escapando de unos esclavistas, su propio mesías, un cíborg de combate, que entrará en conflicto con los dioses propios del mundo, los devas —que a la conclusión del texto entenderemos como algún tipo de máquina marciana—, y cuyo nombre supone una clara alusión mitológico-religiosa, (esta hindú), muy abundantes a lo largo del texto.

Lo que me ha sorprendido de este cómic es el guion; no tanto cómo está vertebrado, ya que, como apunto anteriormente, sigue una estructura clásica de introducción-nudo y desenlace que la hacen, en su desarrollo, ciertamente previsible, y que consta de evidentes elementos de la ciencia ficción más clásica, del western y del manga, sino el trabajo ímprobo y evidente de creación de este mundo. Uno de los guionistas, Simon Roy, que junto al escritor de ciencia ficción Daniel Bensen suponen las cabezas pensantes de este proyecto, comenta que la idea de “Primer cuchillo” surge de un proyecto propio que fue la creación de un folleto ficticio de un museo ídem que sustentaría el argumento del supuesto dominio de un imperio alienígena sobre la humanidad. De este germen puramente scifi, el autor pergeña unas completísimas notas intercaladas entre cada capítulo, que complementan y explicitan lo que ocurre y aparece (o meramente se insinúa) en el cómic, y que abarcan campos tan dispares como la etnografía, la historia, la zoología, la ecología o la religión. Esto hace que las tribus y las religiones que aparecen, derivadas evidentemente de otras preexistentes, actuales, estén muy trabajadas, y dota al cómic de una verosimilitud y de una enjundia tremenda.

En cuanto al apartado gráfico, obra de Artyom Trakhanov, el dibujo resulta rotundo, recordándome un poco al estilo de Mike Mignola (Hellboy), los diálogos sucintos, quizá en ocasiones en demasía, y predominan los colores cálidos y el sombreado, con el recurso de aumentar con una especie de lupa detalles que, de no ser así, quedarían embebidos en los grandes paisajes yermos o selváticos que se presentan.

En resumen, una distopía violenta que presenta una evidente crítica social y, sobre todo, religiosa. Porque el mesías que llevaban tanto tiempo esperando resultará no ser más que, en palabras de la sacerdotisa protagonista, “una armadura hueca, una herramienta vieja, rota y patética, una máquina”. Y es que el deus ex machina casi siempre resulta ser un recurso huero, falso. Quizá, como parece sugerir el cómic, todos lo dioses de la época del exceso lo fueron, aunque al final, los humanos, perdidos en la barbarie, siempre volvamos a recurrir a ellos. ¿Será porque los humanos sueñan con dioses eléctricos?

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