Sangre Turbia

Reseña de “Sangre Turbia”, de Robert Galbraith

Sangre turbia

Cuando un libro de más de mil páginas no se te hace largo, como mínimo, tienes que admitir que no es un mal libro. Si además ocurre -como en este caso- que la autora que se esconde bajo el pseudónimo de Robert Galbraith es J.K. Rowling, personalmente me encuentro en buena predisposición. El quinto título de la saga del detective Cormoran Strike, no decepciona. Se mueve en espiral, como un buitre narrativo alrededor de su presa, y a medida que se cierra el círculo, sientes que desciendes con Dante hacia los turbios infiernos morales.

Si contáis con músculo lector, os habrá pasado muchas veces que las ficciones que caen en vuestras manos se entrelazan con vuestro día a día. En Sangre turbia, la investigación de una desaparición de una mujer hace más de 40 años convive con el último tramo de vida de Joan, la tía-madre de Strike, que está perdiendo la batalla contra el cáncer. Esta es una enfermedad mucho más noir de lo que esconden los lazos rosas que sirven de campaña de apoyo. Al menos en el caso concreto de mi madre.

Ojalá tuviera yo las dotes investigadoras de Robin, la socia de Cormoran, y hubiera podido leer para estar informada y contar con un juicio crítico mucho antes del diagnóstico y de las opciones de tratamiento. Como el protagonista, vivo lejos de mi familia de origen, así que el sostén diario de la degeneración física y mental que impone la enfermedad en los cuerpos que la sufren, solo (entre muchas comillas) lo he vivido en primera persona el último año. Lo que me gusta del detective y con lo que me siento identificada es esa vena workaholic que nos salva de sucumbir a la infamia y el dolor de este mundo. Mientras haya trabajo por hacer, la mente se resiste a hundirse en los pantanos de tristeza. Y en su caso regado con buenas dosis de alcohol y mucho humo de cigarros.

“Strike echaba de menos no tener un objetivo prioritario cuyo cumplimiento lo obligara a aparcar su tristeza” (p. 408)

En Sangre turbia, Cormoran Strike ya es un detective famoso y la prótesis de su pierna ha dejado espacio en la narración a otros rasgos menos vistos en los libros anteriores, como un cuestionamiento por el sentido de su vida o un radical escepticismo ante las “pistas” vinculadas con la astrología y lo mistérico que corren en paralelo a las pesquisas policiales y que nos llevan directamente a Howgarts. Para algunos lectores de negra más clásicos, que no suelen combinar asesinatos y secuestros, con un poco de esa fantasía que le da colorcillo a la vida, puede que encontrarse con dibujos de las constelaciones alrededor de una cabra a carboncillo o el ahorcado invertido del tarot, les saque de la investigación propiamente dicha.

“Muchos maníacos creen que reciben mensajes sobrenaturales. Cosas que los cuerdos llamamos coincidencias” (p. 496)

Yo debo decir que uno de los rasgos de J.K. Rowling que adoro es precisamente esa habilidad para trenzar la fantasía y la mezquindad humana, lo delicioso de la creatividad con lo más sórdido y escatológico de una película snuff. Desde la entradilla se van intercalando versos de la alegoría presentada en el poema “La Reina Hada” de Edmund Spencer de finales del siglo XVI. Si a alguien le rechina lo feérico junto con los intentos de comprender la naturaleza humana, que abandone esta tierra. A ver, algunos ejemplos clave: “El sueño de una noche de verano” o “Jonathan Strange y el señor Norrell”.

Cambiando de tercio, personajes secundarios como Pat, la secretaria arisca de gran corazón, o Max, el compañero de piso de Robin, actor maduro con miedo escénico, igual no salen en tantas reseñas, pero son las claves que sostienen edificios narrativos de larga duración como este. Así también otros temas que aparecen y que pueden interesar a algún alma, son el asunto de la exnovia de Cormoran, de cuyo nombre no me quiero acordar. O el divorcio de Robin. O Creed, el psicópata asesino al estilo monstruo-genio de “El silencio de los corderos”. O incluso los nacionalismos británico vs cornuallés. De este último, la autora explota situaciones con mucho humor y, a la par, te muestra una amistad fuerte y consolidada, como la que se da entre Strike, que vive en Londres, y Polworth, que sigue habitando su tierra natal.

“Era un alivio encontrar un poco de humor negro en aquella letanía de cosas terribles que los humanos se hacían unos a otros” (p. 594)

Para finalizar, tengo que contarte un secreto de “Sangre turbia” porque Robin y Strike… ¡Qué va, hombre! Eso no se hace, eso no se dice. Ahora que, vive dios, que he vuelto a la adolescencia leyendo ese tira y afloja que se traen los dos socios de la agencia de detectives, entre la convicción moral de no mezclar el trabajo con las relaciones sentimentales y la atracción irresistible que va creciendo en cada entrega de la saga. ¡Nervios!

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