Tekkon Kinkreet: All in one, de Taiyo Matsumoto

Tekkon Kinkreet: All in oneCuando leemos libros como el Quijote, Anna Karenina, o, dentro de la novela gráfica, Maus o Watchmen, además de disfrutar, somos conscientes, porque todo el mundo que entiende de esto así nos lo ha dicho, de que estamos leyendo una obra maestra de la literatura, con la tranquilidad que eso da y lo bien que queda en nuestro currículum lector.

No obstante esa tranquilidad, saber de la grandeza universal de lo que acabamos de leer puede estropear esos instantes, horas o semanas que deberíamos dedicar a la reflexión tras el ¡bum! que hace el libro al cerrarlo (si habéis leído el Quijote o la Karenina, sabréis que hacen ¡bum! cuando los cerráis). Pues bien, lamento deciros, queridos amigos, que hoy soy yo el que va a estropearos ese tiempo de reflexión: Tekkon Kinkreet es una obra maestra absoluta e indiscutible. Podéis confirmarlo con vuestra lectura, pero tenéis que ser conscientes de que yo lo dije antes.

Esta novela gráfica de extrañísimo título (mis indagaciones me han permitido averiguar que se trata de la pronunciación infantil de “hormigón armado” en japonés) nos cuenta la historia de Blanco y Negro, dos niños huérfanos que malviven en los callejones de la ficticia Ciudad Tesoro, y a quien la policía conoce como los Gatos. Blanco sufre de cierta discapacidad intelectual, y, dentro de ese mundo de privaciones y violencia salvaje en el que vive, ha sido capaz de conservar su inocencia. Negro, por su parte, ha asumido la responsabilidad de cuidar a Blanco, lo cual implica asumir la carga de maldad necesaria para sobrevivir y defenderse en un mundo hostil.

Junto a los dos niños, en Tekkon Kinkreet encontramos una serie de personajes fascinantes e inolvidables. Días después de haber hecho ¡bum! (véase más arriba), todavía estoy acompañado, entre muchísimos otros, del desencantado y cínico Suzuki, el Ratón, un yakuza venido a menos a quien tanto le importa hacer un negocio sucio como recibir un tiro; Kimura, un yakuza que quiere ir a más aunque para ello deba convertirse en un traidor; el inspector Fujimura, un viejo conocido de Suzuki consciente de que ser un hombre justo no le ayudará a progresar en la vida; su acompañante Sawada, un ser asexuado que se hizo policía para poder disparar un arma; tres asesinos casi invencibles a las órdenes de un mafioso con bucle folklórico; o el Abuelo, un sabio anciano que conoce a los dos niños mejor que nadie.

Se me ocurre, no obstante, que, aparte de Blanco y Negro, el personaje principal de esta novela es la ciudad donde transcurre la historia. Ciudad Tesoro es una ciudad de asfalto, callejones, cables y solares, una ciudad habitada por extrañas tribus urbanas y con indigentes tumbados por las aceras, un lugar dominado por el olor a basura y los aullidos del viento, una ciudad deshumanizada que, sin embargo, los niños aman y están dispuestos a proteger de los espurios intereses de un extraño personaje que se ha propuesto el intolerable objetivo de acabar con los puticlubs de su barrio y construir en su lugar un parque temático para niños.

El estilo de Taiyo Matsumoto se aleja mucho del manga más tradicional, pero no cabe duda de que tiene el trazo ideal y la visión perfecta para esta grandísima novela. Tekkon Kinkreet está dominada por perspectivas imposibles y escenarios barrocos donde los detalles más insignificantes se mezclan con imágenes surrealistas. Un realismo sucio de estética Blade Runner se impregna del mundo onírico de los niños y envuelve por completo al lector, que asiste embelesado al espectáculo de mafiosos, niños y supervillanos que, mientras se persiguen por el metro, donde un hipopótamo lee el periódico, nos llevan hasta un maravilloso desenlace con la aparición del Minotauro.

Tekkon Kinkreet nos habla de la deshumanización de nuestras ciudades, de inocencia, odio, maldad, culpa, redención, esperanza, y es uno de los libros más sorprendentes, impresionantes e inolvidables que he leído en mucho tiempo. ¡Bum!

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