Caballo negro carbón

Reseña del libro “Caballo negro carbón”, de Robert Olmstead

Caballo negro carbón

Por desgracia (por suerte), llevo como media hora escribiendo y borrando frases (del todo ridículas y vergonzantes, por supuesto) alrededor de lo que me ha provocado esta novela. Escribiendo y borrando, escribiendo y borrando, escribiendo y borrando… No consigo (conseguía) encontrar una forma adecuada de empezar la reseña.

Pero ya sí.

Porque quizás esto sea lo normal respecto a este tipo de libros. Me refiero a que cada vez cuesta más ser un poco original (y menos ser un fake, o un baboso lameculos) al hablar de libros. Sobre todo, insisto, de este tipo de libros.

Porque cada vez resulta más difícil ponerse delante de una hoja en blanco para decirle a alguien como usted, tan exigente con aquello en lo que emplea su tiempo libre, que debería leer Caballo negro carbón sin solución de continuidad; que debería hacerlo hoy mejor que mañana. Que debería postergar lo que sea que esté haciendo ahora mismo para ponerse con ella (siempre y cuando no tenga que vestirse primero, claro).

Porque esta novela es una puta maravilla. Una obra de arte. Esta novela es un clásico, entendiendo por clásico (y ponga usted aquí lo que usted crea). Esta novela es TODO eso por lo que uno ama leer novelas (a la vez que odia el hecho de ser consciente de que no va a poder leerlas todas antes de palmarla).

*Nota autocompasiva/autocomplaciente: (Como ve, al final he optado por el modo populista y pirotécnico. Espero que disculpe mi actual estado de simpleza expresiva. Pero estamos hablando de ese tipo de libros y, definitivamente, uno no puede/no sabe estar a la altura).

Pero, ¿qué otra cosa se puede decir de una novela de este calibre que no se haya dicho ya (aunque, desgraciadamente, aquí en España se haya dicho más bien poco)?

¿De qué manera le traslada uno a otra persona lo que le ha provocado una historia tan arrebatadora, escrita de una forma tan magistral, tan emocionante, tan poética?

¿Cómo le explico yo a usted la ternura y el horror en una misma reseña?

¿Cómo hablar de la inocencia de la infancia en medio de miles de cuerpos destrozados?

¿Cómo hacerlo de la maldad y del horror explícito de la guerra y a la vez del poder del amor filial y de la fuerza de la naturaleza, siempre inmortal, sin parecer por ello un ridículo politicucho?

Bueno, pues creo que lo intentaré por aquí:

El niño se llama Robey Childs. Apenas 14 años. Lo llaman adolescente desde que el mundo se va a la mierda. Pero es un niño. Punto. Piense en el suyo, si lo tiene (yo lo hice). El crío vive en la montaña con su familia. No lee la prensa, ni va al bar. No sabe quién es el General Lee ni falta que le hace. Esto es 1863. La Guerra de Secesión en Estados Unidos está en su momento álgido. Parece que en algún punto de Gettysburg ha tenido lugar el fin del mundo en forma de batalla del siglo diecinueve, que no es moco de pavo. Imagínese el asunto o póngase a googlear. Parece que un general famoso ha muerto. Pero, ¿quién coño lo sabe si todavía no había nacido Pérez Reverte? Entonces, la madre del chaval lo levanta de la cama y le dice que se tiene que ir a buscar a su padre. Porque en algún lugar de aquel jodido y desquiciado país en llamas, en algún campo de batalla pintado de sangre y vísceras y cubierto de miembros jóvenes (siempre jóvenes) amputados, en algún improvisado hospital de campaña lleno de barro, todavía vivo o a punto de palmarla, debe de estar su pobre y abatido viejo. Por lo tanto, chaval, tienes que traerlo a casa. Que ya está bien. ¡Deja de hurgarte la nariz y haz lo que te digo! Cógelo del pescuezo y trae a ese hombre de vuelta cuanto antes. Toma, te hice un sandwich para el camino.

Si no le pone nada lo que pueda ocurrir a partir de ese momento, entonces el muerto aquí es usted.

Pero ¿y el Caballo negro carbón?, se preguntará ahora.

Pues le diré que se trata del imponente caballo pura sangre que acompañará en esta fantástica y delirante travesía al chico. Y le diré que es, por supuesto, de color negro carbón. Solo la imagen bien vale una novela, ¿verdad?

El resto (la metáfora y el simbolismo y el romanticismo y la mística y la épica y el terror y el miedo y la extrema violencia descrita, pero también el amor, la fidelidad, la inocencia, la valentía y la inmoralidad (o no) que pueda provocarle a usted ese caballo al trote), sin duda, lo que hace inolvidable a esta novela, eso es cosa de usted.

Yo, como le digo, ni siquiera sé contárselo en una maldita de reseña.

Pero eso sí: sigo cabalgando el espanto.

Buscando este tipo de libros.

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