Reseña del libro “Los señores de las tijeras. El cine que la censura nos prohibió” de Vicente Romero
Creo que la primera vez que fui consciente de la censura cinematográfica fue viendo Con la muerte en los talones, de Hitchcock: en una escena, los dos protagonistas estaban muy acaramelados y, de pronto, cada uno en una punta de la estancia, hablando de un tema diferente. Otra fue hace apenas un par de meses, viendo A sangre fría, la adaptación cinematográfica de 1967, donde, en medio de una conversación aparentemente banal, se percibían ciertos saltos. Pusimos la versión original con subtítulos ¡y lo que decían no tenía nada que ver! Entonces me pregunté qué criterios seguían para censurar, pues los personajes no estaban hablando de nada del otro mundo. Y al poco me topé con Los señores de las tijeras. El cine que la censura nos prohibió, de Vicente Romero, y supe que me resolvería las dudas.
En la advertencia del autor, nos aclara que este libro no es un ensayo de un historiador, sino un largo reportaje de un periodista sobre la censura cinematográfica, basado sobre todo en los materiales empleados en Imágenes prohibidas (1994, TVE) y decenas de testimonios de personas que protagonizaron —desde uno u otro lado— la censura durante el franquismo. Incluso ilustra los casos con los documentos oficiales de la época.
Por supuesto, la censura en el cine no es una práctica exclusiva del franquismo, existía desde antes y perduró después. De ahí que Vicente Romero dedique los primeros capítulos a hablarnos de sus orígenes y de sus razones en otros países. Pero la mayoría de las páginas de Los señores de las tijeras. El cine que la censura nos prohibió se dedican a las diferentes etapas de la dictadura franquista, para ver cómo la censura fue evolucionando según el cambio de los tiempos y de los intereses.
Vicente Romero no se limita a recopilar anécdotas de películas, explicando qué se censuró en esta o en la otra, sino que nos hace un retrato de una época muy oscura de nuestra historia, donde el cine no era más que otra vía para ejercer control sobre la población. Y es que detrás de cada escena cortada o doblaje manipulado había una explicación sociopolítica.
Creo que la lectura de Los señores de las tijeras. El cine que la censura nos prohibió no puede dejar indiferente a nadie. Resulta hasta cómico, aunque realmente es trágico, que se censurara la falda de Minnie Mouse, demasiado corta en opinión de los censores. Y he elegido este ejemplo porque plasma bien que lo retorcido no estaba en lo que se censuraba, sino en los ojos que lo miraban. La censura llegaba a tales cotas de absurdo que, para evitar que una película contara la historia de unos amantes, les cambiaban el parentesco a los personajes y pasaban de cometer infidelidad a incesto. La lista de temas y palabras prohibidas era infinita, se hacían auténticas escabechinas a los metrajes, por lo que me parece alucinante que alguien se atreva a insinuar que entonces había más libertad.
La censura de aquellos años no se debió solo a motivos ideológicos y morales, también los hubo comerciales, y esa es la clase de censura que aún sigue muy activa en nuestros días. Como algún director de cine apunta en las páginas finales de Los señores de las tijeras. El cine que la censura nos prohibió, la censura de hoy en día se ejerce a través de la adjudicación de fondos y de la distribución de las películas. Creo que es utópico pensar que algún día no habrá nada de censura, pero lo que nos deja claro Vicente Romero es que lo que sucedió durante el franquismo fue una tragedia, pues muchas de esas obras fueron cercenadas o manipuladas para siempre.
Los señores de las tijeras. El cine que la censura nos prohibió me parece una lectura ideal tanto para cinéfilos como para los que quieran saber más sobre el siglo XX en España, pero desde una perspectiva menos trillada.