Reseña del libro “Una historia breve de Rusia: Cómo entender la nación más compleja del mundo”, de Mark Galeotti
Hace una semana comencé la cuarta temporada de Stranger Things. Y aunque la estoy disfrutando mucho, no podía evitar pensar en el uso que la industria del cine y de las plataformas hacen de los estereotipos. Sin ánimo de hacer spoilers, solo diré que hay personajes rusos y no son precisamente los buenos. En los 80 y 90 era habitual que los terroristas en las películas siempre fueran rusos. Después el puesto de villano lo ocuparon los árabes, alimentando una serie de tópicos que crean una imagen peligrosa y hostil. Durante unos años esto pareció relajarse o por lo menos el nivel de evidencia no era tan grande, pero parece que hemos vuelto a las andadas. El conflicto de Rusia con Ucrania es una excusa perfecta para otorgar de nuevo a los rusos el papel de enemigo que siempre tuvo. Por ello creo necesario leer acerca de Rusia, conocer más allá de la información propagandística que nos llega desde EEUU.
En Una historia breve de Rusia, Mark Galeotti, nos hace un repaso de todas las culturas y religiones por las que ha pasado este país y como estas le influyeron convirtiéndose en la Rusia que es hoy. En primer lugar, encontramos sus orígenes en los vikingos y como si de una historia de aventuras se tratase, nos explica cómo se expandieron a lo largo de los ríos Dniéper y Volga moviéndose de norte hacia el sur. Aunque parezca impresionante, estos osados vikingos fueron llegando a través de los ríos, debido a que sus barcos eran de poco calado y podían trasladarse muy rápidamente. Así fue como llegaron a fundar la ciudad de Kiev, que después se convirtió en el Rus’ de Kiev.
El Rus’ de Kiev empezó a comerciar con los pueblos de sus alrededores, entre ellos el imperio romano de oriente y también adoptó progresivamente su religión, el cristianismo ortodoxo. De esta manera podemos disfrutar de una de las catedrales ortodoxas más antiguas de Kiev, la catedral de Santa Sofía.
Conflicto tras conflicto se iba forjando el carácter de este pueblo, hasta que en el siglo XIII llegó desde el lejano oeste, Gengis Khan y su imperio mongol. Sobre el cual, la cultura imperial rusa construyó a partir del siglo XVIII, una historia sesgada, mostrando a estos nuevos pobladores (o invasores), como bárbaros embrutecidos muy alejados de los pueblos.
Pero aunque esa historiografía nos dijera que los rusos fueron embrutecidos por los asiáticos, Una historia breve de Rusia nos aclara que la comunicación entre ambos reinos era dificultosa, por lo que ambos eran independientes el uno del otro. Por esta razón había constantes luchas de poder internas y externas hasta la llegada de Iván III el Grande e Iván IV el Terrible que se encargaron de unir todos estos reinos creando, así, un imperio.
Y llegaron los Romanov, con figuras tan destacadas como Pedro el Grande o Catalina la Grande, sobre los que hemos visto series y películas centradas en la ciudad de San Pertersburgo, ciudad que Pedro creó a imagen y semejanza de las ciudades europeas. Y aunque en esta época se vieron avances, especialmente con el zar Alejando II, Rusia nunca dejó de ser un estado despótico, sin industrializar y salpicado por constantes guerras en Suecia, Crimea, Turquía o Japón. El final de los Romanov llegó inevitablemente en 1917.
Alemania, que estaba en el otro bando en la Gran Guerra, facilitó la llegada de Lenin a San Petersburgo y la salida de Rusia del frente oriental gracias al triunfo de la revolución de octubre. Pero Rusia comenzó su guerra civil y junto con la prematura muerte de Lenin, favorecieron el ascenso de Stalin y con él la brutalidad por sacar al estado del feudalismo y llevarlo hacia la industrialización, costase lo que costase. Y otra vez Europa se vio sumergida en una guerra, la cual es conocida por los rusos como la Gran Guerra Patriótica debido al gran dolor y muertes que provocó. El final agrio para este estado socialista llegó en 1991 y la consabida privatización del estado.
En Una historia breve de Rusia, Mark Galeotti, nos cuenta anécdotas muy interesantes. Me impactó una en concreto que ocurrió de verdad y que no podía creer: Boris Yeltsin tamborileando con un par de cucharillas sobre la calva del presidente del exestado soviético Kirguistán. La imagen del político haciendo de las suyas como un duendecillo maligno no tiene precio.
La convulsa historia de este país regado de recursos materiales y de extensos territorios nunca podrá justificar una invasión, aunque no debemos olvidar que las fronteras siguen vivas y depende únicamente de nosotros que el curso de la historia no se repita. Como decir Karl Marx: La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa.