Constantine, de Ray Fawkes y Jeff Lemire

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Decir Constantine es decir problemas. Problemas para él y para los que le rodean. Problemas en este mundo y en otros, ya sea en universos paralelos o en el más allá. Problemas que tal vez no haya ido a buscar, pero que sabe que van a llegar si no hace algo para evitarlo. Y no suele hacerlo. En el fondo le gusta estar ocupado, no hay otra explicación para que el muy cabronazo esté constantemente jugándose la vida, cosa que no le conviene estando su alma tan codiciada y comprometida.

He llegado tarde a muchas cosas en mi vida, y no siempre por voluntad propia. Por poner un ejemplo, Queen me empezó a gustar poco después de la muerte de Freddie. No fue culpa mía, yo era muy joven aún, en la edad en la que todavía uno no había comenzado a intercambiar cintas de casete en el colegio (sí, ¡oh, cintas! y sí, ¡más oh, casete!). Como este tengo varios ejemplos, pero a Hellblazer llegué en pleno apogeo, con el Hábitos peligrosos de Ennis, con el Vía Crucis de Carey… y ya me enganché a lo puto mejor que ha parido Liverpool (aunque Delano se me hizo bola). No voy a contar de nuevo lo ya mil veces trillado acerca de Sting, Alan Moore, La cosa del pantano

Fue duro enterarse de que el número 300 (27 años después) sería el último de Hellblazer, pero como suele pasar, es mejor dejarlo cuando uno está en lo más alto. Y por eso mismo, por la altura y por la “novedad”, había también cierto temor a esta nueva serie. Por eso y porque además se pasaba de la línea de Vértigo (dirigida a un público adulto y con mayor libertad creativa) a la de pijamera de DC…

¿Y entonces qué? ¿Qué tal ha ido el tema con este tomazo de casi 450 páginas? Pues hay cosas que no cambian. Los amigos o allegados de Constantine van a seguir muriendo (no sé cómo todavía le queda alguno) porque eso es tan marca de la casa como la gabardina, la corbata desanudada o el no parar de fumar.

“La magia es costosa. Te llevas algo que no te has ganado, pero pagas por ello”

Y luego están los trucos, las manipulaciones, los giros, los juegos de espejos, las ilusiones, el estar con el agua al cuello y salvarse siempre con un chasquido de dedos, con un plan pensado o improvisado, o con un golpe de suerte. La astucia y el egoísmo (aunque por desgracia parece que ya no es tan egoísta), que no falten porque eso también es un sello distintivo del cínico rubiales.

Hay varias historias en este tomo, y aunque el núcleo duro se centra en el enfrentamiento con la secta de la Llama Fría, un grupo de magos corrompidos por las tentaciones de la magia, el primer arco es el que más me ha gustado y es el que más se parece a lo que hemos visto en los Hellblazer de Vértigo. Constantine tiene que encontrar la brújula de Croydon, un aparato que ayudará a quien la posea a encontrar cualquier artefacto mágico. Por supuesto, no será el único que (de repente) se interese en ella y tendrá que vérselas con la secta mencionada líneas arriba.

A lo largo de las casi quinientas páginas vamos a cruzarnos con viejos conocidos tanto de Constantine (Papá Medianoche, Zatanna), como del universo de DC (Shazam, El Espectro) y podremos comprobar que finalmente, Constantine, en el momento de la verdad, sigue siendo el mismo cabronazo hijo de puta de siempre.

En resumen, el tono general de las historias no es tan oscuro como me hubiera gustado, posiblemente por estar acostumbrado a ello, y en según que ocasiones es algo complicado de seguir, pero creo que a los fans del personaje les molará, que es muy posible que a quienes no lo conozcan les enganche, y que tiene pinta de ir de menos a más.

¿Merece la pena? Sí, rotundamente. El guion es muy Hellblazer. Hay diferencias, por supuesto, pero también las había entre los diversos autores que anteriormente se habían ocupado del mago de Liverpool. Prácticamente, salvo la ausencia de tacos y el ligero aumento de altruismo en el personaje (que, repito, sigue siendo un cabrón como se comprueba al final) podríamos decir que seguimos con la misma cabecera.

Habrá que ver como evoluciona, pero de momento es un sí.

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