El cementerio azul

Reseña del libro “El cementerio azul”, de Gonzalo Suárez

El cementerio azul

Mis anteriores lecturas de Gonzalo Suárez se circunscribían a un único libro, “El hombre que soñaba demasiado”. Un regalo de un antiguo —pero siempre presente— amor que creyó que el título me hacía honor. O me definía. Quizás ambas cosas. El caso es que, cuestiones de prensa rosa y serendípicas aparte, ella tenía razón. Me encontré con una peculiarísima autobiografía mezcla de diario de infancia, álbum de recortes (y recuerdos) y cuento; una galería de ecos y espejos, de sueños en vigilia, que me tocó y me llegó más por el fondo que por la forma.

Y menciono todo esto porque creo que es más que pertinente. Porque he encontrado muchos lugares comunes en esta mi segunda incursión en la bibliografía de Gonzalo Suárez, la colección de relatos “El cementerio azul”. Sumergirse en esta obra supone, como en aquella (y, sospecho, que en gran parte de su obra) una incursión en un mundo voluble, dúctil; un mundo que esconde puertas tras puertas; que, como en aquel primer libro que leí, tras una casita llena de muebles tapados, surge un jardín poblado de sombras, de voces, de recuerdos personificados.

Y en esta colección de once relatos, “El cementerio azul”, vamos a encontrar todas estas características que logran crear un universo propio, difuso. Porque antes de ponernos con ellos, hay que tener claro que los límites, en la pluma y en la imaginación de Gonzalo, se difuminan como en los sueños.

El primer relato, “El cementerio inglés, es una reflexión mitad sueño, mitad fábula, sobre la significación efímera del tiempo y de los sueños.

“Paranoia” es un relato de ciencia ficción con regusto a Arthur C. Clarke o a Philip K. Dick, que comienza —e incluye— varias epístolas, y que da la sensación de estar escrito para sí mismo, como un diario, con referencias a sus gustos y autores literarios favoritos. Una conversación entre un personaje ficticio y el propio autor. Lo que viene siendo la literatura.

“Laura” es un cuento, una fábula sobre la vida y la Muerte (esta en mayúscula, antropomorfizada), al estilo Andersen, con un niño de protagonista, y su paso —brusco (como aquí) a veces; agreste siempre— a la edad adulta.

En “El color de tus ojos”, el autor utiliza como excusa una historia de detectives para indagar en la génesis y hábitat de los recuerdos, más concretamente de los olvidados: ¿De qué están hechos? ¿Dónde van? ¿Puede la muerte borrarlos, o alcanzan otra existencia aneja a esta?

“La extranjera” es una reflexión acerca del viento del tiempo, que se lleva la vida, y sobre la locura, esta vez introduciendo al lector en una estampa rural, en una pinacoteca demente, desquiciada.

“Una vida imaginaria” es una mordaz y satírica crónica periodística donde llegaremos a la conclusión de que, prafraseando al autor y este al gran Chaplin, que una vida imaginada vale tanto como una real. Pero que, al final, ni una otra (ni la ambición ni la fama, ya puestos) valen gran cosa.

“Noria del mar” es una estampa costumbrista vislumbrada a través del prisma surrealista del autor. Un relato sobre la condición humana, mundana; sobre las servidumbres a las que nos debemos, las propias y las ajenas.

“El niño que saltó sobre su sombra” es una fábula y un acertijo minimalista… y físico-cuántico.

“Los sabios de Jarandilla” es un relato (y un retrato) borgiano sobre la ciencia, la religión y la sabiduría popular.

“La casa vacía” es una sucesión aparentemente inconexa de reflexiones y aforismos acerca de la existencia del menaje de ayer y sobre la futilidad y la irrealidad de la vida; acerca de la existencia de otros tiempos y otros lugares, poblados de pensamientos y de recuerdos de personas que fueron y ya no son, pero que quizás, por medio de alguna inefable alquimia, logran alcanzar una existencia real (tan real o más que la nuestra). Y permanecer.

El último, y más extenso, es “El manuscrito de Sichuan”, una bizarra mezcla de cuento tradicional oriental con las aventuras del ingenioso hidalgo y la presencia del propio Cervantes. Subyace en él la importancia y la génesis de las historias, sean escritas o contadas, que surgen de un limbo donde se enhebran la imaginación y los sueños, y que me ha recordado a Murakami en la primera de las dos historias de “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”, donde el protagonista lee sueños ajenos. Pero también enlaza con las disquisiciones existenciales del relato anterior en cuanto que habla y posee la atmósfera de lugares donde el tiempo se detiene y el espacio, los acontecimientos y las historias fluyen, y que contiene un guiño final que hubiera firmado el propio Philip K. Dick.

En definitiva, unos relatos impregnados de un estilo que hace único y original a este autor dentro del panorama nacional; uno que por momentos y temas roza la excentricidad pero donde siempre, siempre subyacen o emergen los sueños como elementos vertebradores; con una melancolía que permea las páginas, que las llena de una belleza serena, adulta, nostálgica; que retuerce de una manera surrealista los espacios y los tiempos narrativos; y que nos presenta personajes que acaban —o empiezan— siendo trasuntos de sí mismos.

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