El rastro del rayo

Reseña del libro “El rastro del rayo”, de Rebecca Roanhorse

El rastro del rayo

La novela que hoy nos ocupa es “El rastro del rayo” (ganadora del Locus a mejor debut y finalista del Hugo y el World Fantasy, casi nada al aparato), la primera parte de la saga “El sexto mundo”, de la escritora Rebecca Roanhorse. Nos encontraremos con una novela de género fantástico ambientada una América distópica, y más concretamente en una región, Dinétah, controlada por los nativos americanos —a cuyas raíces pertenece y de las cuales bebe la propia autora— que quedó emergida tras una catástrofe, el Agua Grande, que sumergió gran parte del continente. Esta catástrofe —de la que, en esta novela, apenas se expone el nombre y no las causas, más allá del recurrente cambio climático— será a su vez, y de forma que tampoco la autora explica en este primer libro de la saga, la causante de que viejos dioses que caminaron en tiempo físicamente por la tierra y que tuvieron que contentase después con hacerlo en nuestros sueños, vuelvan a nuestro mundo, a nuestro plano.

La protagonista, Maggie Hoskie, una cazadora de monstruos, será contratada para rescatar a una niña del secuestro por parte de un monstruo. Su rescate la demostrará que la presencia de esta criatura es la punta de un iceberg detrás del cual una presencia inefable (uno de esos viejos dioses que mencioné antes) juega con el destino de los mortales, y que, si quiere salvarse y salvar a los que quiere, principalmente a su compañero de viaje, el curandero nada convencional Kai Arviso, deberá enfrentarse también a los fantasmas de su pasado.

El rastro del rayo” tiene uno de esos principios secos, crudos y viscerales, que te arrastran a ella… y lo sabe. La propia editorial utiliza ese arranque en la nota de prensa como acicate. Y no es para menos. En el breve espacio de un par de páginas, la autora nos muestra el destino de la protagonista, el arma, la cazadora, y la pesada losa que esto le supone; su manera de actuar; cómo funcionan el mundo —dónde se nos da a entender sutilmente que algo ha pasado o, como diría el señor King en la saga de La torre oscura que “el mundo se ha movido”— y los clanes navajos, y los sentimientos contradictorios que entre su propio pueblo provoca su presencia.

Maggie, la protagonista, es uno de los puntos fuertes de la novela. Un personaje bien construido, muy potente, quizá en una línea últimamente muy manida de personajes con un pasado tortuoso a más no poder (a veces me pregunto cómo personajes que tan puñeteramente mal lo han pasado de niños han logrado llegar a adultos), y que establece una también manida relación de tensión sexual no resulta (al menos en este volumen) con su compañero de viaje, al que al principio no quiere ni ver (¿os suena?). Ella me ha recordado muchísimo a Geralt de Rivia, de la saga del mismo nombre, de Andrzej Sapkowski. No solo porque compartan profesión (ambos son cazadores a sueldo de monstruos), ni proceloso pasado, sino porque son temidos y admirados por los suyos a partes iguales, además de solitarios y misántropos.

Algo que me ha gustado mucho de la novela es la utilización de la cultura tradicional navaja por parte de la autor como manera de recrear una mitología muy particular y ciertamente original —casi tanto como los mundos alternativos de Imajica, de Clive Barker—, apartándose de cánones nórdicos o griegos más usuales. Especialmente interesante el villano (no desvelaré quien), que me ha recordado sobremanera al dual y bipolar al Sr. Miércoles/Odín de “American Gods” de Neil Gaiman: las dos caras de la moneda (o del destino) en el mismo tipo. A veces bueno, otras malo, pero siempre encantador… y actuando en función de sus propios intereses.

Quizás la novela peca a veces de juvenil para mi gusto, y pierde el ritmo en la parte media, presentando personajes o situaciones que no hacen avanzar demasiado la trama y diálogos que dan vueltas sobre sí mismos y la ralentizan, pero el final vuelve a coger ritmo; a precipitarse hasta un cuasi final que, para ser una saga que continúa en otros libros, es bastante definitivo. Y definitorio de lo que podemos esperar en ellos.

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