Cartas a Eva Haldimann

Cartas a Eva Haldimann, de Imre Kertész

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Cada vez que leo libros que reproducen diarios, cartas o memorias, me invade una mezcla de sentimientos. Por un lado, me imagino como uno de esos voyeurs que indagan en la vida ajena sin ningún miramiento. Por el otro, me creo un lector obsesionado por saber algo más sobre uno de mis autores preferidos. E Imre Kertész lo es. No sé por qué, no hay una razón aparente. Pero desde luego, desde que hace años leí uno de sus libros tuve la necesidad de saber más cosas sobre su vida, sobre su situación personal, sobre aquello que le hizo escribir palabras tan bellas como las que aparecían en “Sin destino”, uno de los relatos más sinceros sobre el holocausto y que creó en mí una especie de obsesión por aquello que contaba. Eso suele pasarme con pocos autores, de hecho, diría que solamente me ha sucedido con dos en toda mi vida, por ello, cuando leí las “Cartas a Eva Haldimann” me senté tranquilamente en mi sofá, cogí sus páginas entre mis dedos y mis ojos empezaron a posarse por la vida del autor que, hace tiempo, me causó un gran impacto… en el corazón.

Porque en un compendio de cartas puede suceder cualquier cosa. Y así, mientras Imre Kertész desmenuza su labor editorial, su profesión como escritor, aparecen las sombras del antisemitismo, de la xenofobia, y del dolor que supone, en pleno siglo XX, haber sido un superviviente de uno de los más horribles crímenes de toda la historia.

¿Qué se puede decir de las pequeñas cartas que se escribieron entre 1977 y 2002? Imre Kertész aparece ante nosotros como una persona ligada al hartazgo de las batallas sin sentido, de las explicaciones innecesarias sobre su procedencia, y el por qué de que en su propio país no sea un autor reconocido, por el simple hecho de no comulgar con aquellos que, más atrás, en lo que parece un universo muy lejano, intentaron por todos los medios destruir lo que tanto ahínco le había costado conseguir: crear una vida propia. Por ello, entre todas las “Cartas a Eva Haldimann” nos encontramos con un autor que intenta buscarse en cada relato, en cada novela que regala al mundo editorial, y que necesita de la aprobación de aquella mujer a la que tanto cariño tenía y que, por motivos que no son explicados, siempre volvía a aparecer a pesar de que los años pasaran entre ellos. Es una historia de amor. Pero no una historia de amor romántico, para nada. Es una historia de amor fraternal, de sentirse en casa mediante las palabras que se cruzan a través de máquinas de escribir, de sellos que se pegan en sobres que, a lo mejor, no llegan a su destino. Y al fondo, es como si pudieras oler, sentir, el dolor de las palabras que se mueven entre carta y carta, entre recortes de periódico que hablan de un pasado y un presente que, desgraciadamente, no ha cambiado tanto. Porque no hay que olvidar que estas cartas no son retazos de algo lejano. El último año en las que están fechadas es el 2002, lo que nos indica una cosa muy concreta: el mundo no ha cambiado tanto como todos estamos tentados a creer.

Porque, si echamos la vista atrás, si nos ponemos a mirar detenidamente aquello que hemos vivido, que hemos sentido en el momento de descubrir lo que une entre el presente y el pasado, nos daremos cuenta de lo que hemos perdido, pero también de lo que hemos ganado. Porque aunque ciertas cosas no cambien, afortunadamente las personas sí lo hacen.

Esta no es una historia de ficción. Son palabras reales. Por ello, las “Cartas a Eva Haldimann” son un retrato de lo que ha sido una sociedad, de lo que es el mundo de la literatura, y de lo que es la pasión, la vida, el alma, que se revuelve para vivir, una y otra vez, a través de los libros.

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