Baila, baila, baila

Baila, baila, baila, de Haruki Murakami

Baila, baila, baila

 

 

¡Hay que ver cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando Murakami era eso que se conoce como un “autor de culto”, cuyo nombre circulaba en boca de apenas un reducido grupo de iniciados. Éstos, afortunadamente, un buen día decidieron que no está bien ser egoísta, y que su autor favorito no se iba a gastar aunque lo compartieran con los demás.

Bueno, no sé si sucedió así, pero, por si acaso, gracias.

Hoy, tanto si se trata de un libro nuevo, léase 1Q84, como de uno publicado hace más de veinte años, verbigracia este Baila, baila, baila que nos ocupa, cualquier nueva publicación de Murakami es todo un acontecimiento literario. Poco puede sorprendernos, pues, que este hombre sea capaz de convertir un libro sobre el footing en un best-seller.

Desconozco cómo lo verán sus incondicionales, pero en mi opinión, hay dos Murakamis…

Uno de ellos es el que escribe novelas donde la fantasía juega un papel poco importante, y donde el protagonismo lo toman los sentimientos y las relaciones entre los personajes. Este es el Murakami que escribe libros como Al sur de la frontera, al oeste del sol, o la historia que lo encumbró en su país (y, con algo de retraso, en el nuestro), Tokio Blues (Norwegian wood en el original). Personalmente, este autor me interesa bastante menos que el otro, el que escribe novelas donde la realidad y una desbordante y siniestra fantasía no se mezclan, sino que discurren paralelas a lo largo de una línea tan difusa que no dejan de pisarse mutuamente. Es el Murakami que nos ha brindado la excelente Kafka en la orilla, una maravilla como Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, o esta apasionante Baila, baila, baila.

Con autores como Murakami o, se me ocurre, Bolaño, que no son precisamente “sencillos”, a veces nos encontramos con novelas en las que, según los entendidos, aparecen las “claves de su obra”. Siempre he recelado de esa expresión, dado que no creo que un autor escriba, ni siquiera de modo inconsciente, una obra con el fin de ayudarnos a entender otra. Sí es cierto, no obstante, y de manera especialmente clara en Baila, baila, baila, que en ocasiones, una obra temprana nos muestra ciertos motivos e ideas en forma embrionaria que luego el autor desarrolla en otras posteriores y más ambiciosas. Así sucede con la novela que nos ocupa, publicada en 1988, que anticipa de manera clara Crónica del pájaro…, y que, sin embargo, en ningún momento “tropieza” con ella. Quiero decir con esta torpe metáfora que, pese a la obvia relación entre ambas obras, ninguna, en mi opinión, se resiente de odiosas comparaciones con la otra.

Como punto de partida, en Baila, baila, baila tenemos, como es habitual en Murakami, a un treintañero en un momento de su vida en el que se da cuenta de que no sabe hacia dónde va, y en consecuencia, de manera consciente o no, decide dejarse llevar. Con el fin de reencontrarse con una mujer a quien conoció tiempo atrás en Sapporo, regresa al Hotel Delfín, un hotelucho de mala muerte donde ambos se alojaron, y allí se encuentra con que, en su lugar, se yergue ahora el glamuroso Dolphin Hotel. Huelga decir que el primero no ha desaparecido del todo, aunque tampoco quiero revelar aquí más de la cuenta.

Es ésta una novela dominada por las dualidades. Por un lado está la realidad, la vida, y por el otro… No, no la muerte, ni la fantasía, sino la otra realidad, la del Hombre Carnero y los esqueletos sentados a la mesa. Asimismo, tenemos al narrador, y al mismo tiempo a su opuesto, Gotanda, su amigo, actor de éxito, supuesto triunfador y depauperado millonario. Tenemos al consagrado autor que nos habla, Haruki Murakami, y tenemos al fantoche escritor de porquería, Hiraku Makimura. La artista genial y etérea, y el pragmático poeta manco. Tenemos el hombre y su sombra, Tokio y Hawai, el “quitanieves cultural” y el sensual, y algunas de las ideas habituales en el autor japonés: el descenso al infierno de la oscuridad absoluta, la omnipresencia de la música occidental, el contacto con una figura chamánica, el nudo que conecta todos los hilos, y una galería de mujeres, algunas fatales, otras regulares, todas enigmáticas, que traen de cabeza al narrador. Y de propina, el tema de la comida y las recetas que nos regala Murakami.

En definitiva, este Baila, baila, baila es fantasía Murakami en estado puro, una apasionante lectura, posiblemente más accesible que sus obras maestras, y que me ha tenido tres días completamente enganchado.

6 comentarios en «Baila, baila, baila»

  1. Pues depende de tus gustos. Señalo en la reseña que, en mi opinión, hay dos Murakami: uno más “tradicional”, y uno más imaginativo y fantástico. Si este último te atrae, este libro es estupendo, por lo accesible que es, para introducirte en las obras de un narrador extraordinario.
    Muchas gracias por el comentario.

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  2. Hay cierta abominación en que sea publicado baila, baila, baila por tusquets sin hacer referencia a la caza del carnero salvaje. Es un error elemental por dos principios:

    1.- Baila, baila, baila es secuela del otro.
    2.- La caza del carnero salvaje es mejor libro.

    El problema es que la edición del segundo es de Anagrama, pobres de los lectores desinformados.

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