El puente de Borgo

Reseña del libro “El puente de Borgo” de Luis Cadenas y Arturo Cadenas

El puente de Borgo

Chuck Plahniuk, en su manual de escritura Plantéate esto, aconseja que no describamos sueños en nuestra narrativa. Según él, las secuencias oníricas hacen trampa, porque los sueños en sí son falsos y no crean tensión. Cuestión de gustos. Yo mismo no me he resistido a utilizarlos más de una vez en mis obras. Y qué decir de escritores tan afamados como Cartarescu, que viven en el onirismo, dado que para él “el sueño no es una huida de la realidad, sino una parte de la realidad trenzada de forma inseparable de todo lo demás”.

La cuestión de por qué a él le funcionan y a otros autores no, o no tanto, radica, a mi parecer, en que él logra mezclar sueños y realidad sin fronteras, imbricando ambas de una manera natural, narrándolas en un mismo plano, como en el realismo mágico.

Eso es algo que he echado en falta en al novela que hoy nos ocupa, El puente de Borgo, de Luis y Arturo Cadenas. En ella hay sueños, muchos sueños. De hecho, comienza con uno. Está en cursiva, lo que a mí, de principio, ya me pone sobre aviso. No pasaría nada si no fuera porque los diálogos también vienen así; no sólo los internos, un recurso comúnmente utilizado, sino todos los mantenidos entre los distintos personajes, lo que vuelve la habitual utilización puntual de este recurso en algo redundante, y deviene en un proceso de lectura más farragoso de lo normal. Además, ocurre eso a lo que me refería antes: que así compartimentamos. Realidad por un lado, sueños por otros. Los autores tienden a precisar, a poner de manifiesto, todas las veces en las que el personaje sueña, y no dan lugar al lector a que sea él mismo el que tenga que discernir estas situaciones, o confundirlas y que de esta manera sea él mismo el que encuentre la realidad, la salida del laberinto.

Pero comentemos de qué va. Nos encontramos con una novela que mezcla el género fantástico con la ciencia ficción y el suspense. Veo en ella influencias temáticas de los universos de Philip K. Dick, de las atmósferas de Poe o del terror de Stephen King. Nos sitúa en un mundo reducido al caos y la barbarie, en el que la humanidad sobrevive a duras penas en un reducto intramuros y en continua lucha, gobernada ―o dejada de la mano― desde las nubes por un tal Humaniversal, un trasunto evidente del Gran Hermano de Bradbury o del Benefactor de Nosotros.

Tiene dos protagonistas principales: Fénix, un agente alcohólico exterminador de humanos aberrantes, casi monstruos, y que tiene continuas pesadillas con su hija fallecida, y otro, del que al principio ni nosotros ni él mismo sabremos su identidad pero del que pronto (al menos en mi caso), la sospecharemos. Se presentan en dos escenarios diferentes, pero los parecidos son más que razonables: aparecen sueños y sensaciones muy similares; ambos nos hablan del interés de los subordinados del Humaniversal, las hormas, en recrear dichos sueños para así conocer las posibilidades de la mente humana y prever actos futuros; interrogados e interrogadores nos resultarán tan parecidos que llegamos a pensar si no se tratan de las mismas persona.

Además, en esta parte, núcleo central y mollar de la novela, las explicaciones tienden a repetirse, a reiterarse (no sé si ha tenido que ver en esto el hecho de estar escrita a cuatro manos), aspecto este que afecta a toda la narración, cuajada de lecciones magistrales, explicaciones tan redundantes como, a mi entender, innecesarias, que ralentizan el ritmo de la misma, además de hacer que el lector tienda a perder el interés o, al menos, a dejar de sentirse partícipe de ella.

En conclusión, una novela compleja, más por el lenguaje y por el modo de ensamblarla que por el fondo en sí, interesante, ambiciosa, y que bebe de multitud de referencias tanto de la literatura como del cine.

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