Señales de humo, de Rafael Reig

Señales de humoLes haré una confesión. Aunque ahora ando siempre rodeado de libros de todo tipo, en mi época de instituto no me leí ninguna de las lecturas obligatorias que nos mandaba el profesor de literatura. Le pedía a mi madre que me los comprara (hay que apoyar al negocio editorial), pero una vez adquirido no pasaba de la primera página. Y es que con esas edades ponerse a leer a Lope, Valera o Baroja es de las cosas menos estimulantes que le puedes pedir a un adolescente. Pensaba (y pienso) que teniendo libros como El nombre de la rosa o El guardián entre el centeno, darle a un chaval de quince años Pepita Jiménez es una forma algo drástica de obligarle a amar la literatura. También es verdad que el profesor hace mucho, y los métodos con los que yo estudié no eran del todo satisfactorios.

¿Y por qué me he puesto a divagar sobre este tema? Pues porque quizá si mi profesor de literatura hubiera sido como el protagonista de Señales de humo, mi amor por la literatura no hubiera arrancado a los veinte años, sino mucho antes. No hay que olvidar que la forma de acercar el conocimiento a los alumnos es un factor muy importante en el que se debería hacer más hincapié. Y por eso Rafael Reig se propone con este libro acercarnos siete siglos de literatura de una manera divertida, con un estilo que seguro que encandilaría a más de un joven rebelde que acude a las clases de literatura con un hastío deprimente.

Rafael Reig ya publicó hace diez años su libro Manual de literatura para caníbales donde analizaba la literatura actual con rigor científico pero con estilo ameno, analizando las influencias de los últimos siglos. Ahora retoma esa brillante idea con Señales de Humo y su particular profesor, Martín Belinchón (de los Belinchón de toda la vida), una persona con problemas mentales capaz de disociarse y compaginar la docencia en un instituto de Manoteras con viajes al pasado, convirtiéndose en un falseador de obras literarias o en el mismísimo gato de “El Fénix de los Ingenios”.

El didáctico propósito de Reig empieza con las jarchas, primeras manifestaciones literarias en castellano, y termina en 1635, con la muerte de Lope de Vega. Más de 700 años en los que analizar las primeras figuras del panorama literario patrio (y no tan patrio) desde un prisma desenfadado, casi humorístico, sin perder por ello el rigor que se le presupone y exige a la función docente.

No se puede dudar que el escritor asturiano conoce de primera mano la materia tratada en Señales de humo. Con este libro no estamos ante una mera concatenación cronológica de grandes autores y sus méritos, ni mucho menos. Belinchón va saltando de siglo en siglo parándose en sus grandes figuras y haciendo de este libro una lucha a muerte entre dos bandos, dos formas muy distintas de ver y tratar a la literatura. En un bando, tenemos a los seguidores de la enfermedad bautizada por Reig como “el mortífero bacilo del petrarquismo bubónico”, que consiguió adeptos como Garcilaso de la Vega o Juan de Mena. Por el otro, una forma más campechana de entender la literatura, más cercana al pueblo, entre cuyas figuras más importantes están el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas o François Villon.

Entre fragmentos de obras y conversaciones con los personajes, el propio autor va evolucionando su lenguaje. Por las páginas de Señales de Humo se combina el castellano antiguo, el moderno y la jerga juvenil a discreción, de un modo divertido para el lector, que una vez pasado el descoloque inicial, se entrega a la lectura sin reservas.

“Rodrigo, sin embargo, quiere enseñar al público cómo debe comportarse todo un hombre. ¿Qué estaba mirando (cantando)? La vida que dejaba atrás, su matrimonio roto, las perchas sin su ropa en el armario, el lugar vacío donde solía poner sus zapatillas…”

Así, de este modo tan cómico, relata Reig el destierro de Rodrigo Díaz de Vivar a manos de Alfonso VI, hecho histórico con el que se inicia el Cantar de mío Cid. Ya solo por el resumen coloquial que hace el autor de esta obra cumbre de la literatura castellana merece la pena leerse Señales de Humo. Y si a eso le añadimos El libro de buen amor, La Celestina, El Lazarillo o la vida privada y sórdida del engreído Cervantes o el pasional Lope de Vega, hace de este libro un manual que debía ser de lectura obligada en institutos. Porque existe otra forma de hacer la literatura atractiva a los jóvenes, y Rafael Reig lo demuestra con maestría, humor y conocimiento.

César Malagón @malagonc

2 comentarios en «Señales de humo, de Rafael Reig»

  1. En una ocasión tuve la suerte de acudir a una clase de Rafael Reig. Es de lo más interesante (y entretenido). Desde luego que todos habríamos aprendido mucho más con profesores como él.

    ¡Saludos!

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