El Ministerio de la Verdad : una biografía del 1984 de George Orwell

Reseña del libro “El Ministerio de la Verdad”, de Dorian Lynskey

El Ministerio de la Verdad

Probablemente no existe ninguna novela del siglo pasado que haya influenciado a tantas ramas de la cultura —prensa, teatro, literatura, cine, política, sociología… — y haya preservado su fuerza, su mensaje, su vigencia y su influencia durante los últimos setenta años, como “1984”, de George Orwell. Y lo ha sido a pesar de ser una novela que no es fácil de entender y cuya pretensión nunca fue gustar, porque, más allá de la literatura, “1984” es muchas cosas: una visión profética, por supuesto, pero también una distopía, un aviso a navegantes, una sátira, una tesis política, una novela gótica, una historia de (des)amor y una forma de entender el mundo —aquel en el que se pergeñó, el que le sucedió y el que (ojalá) nunca suceda—. Una sinergia. Una obra de arte. Y el arte no se comprende, sino que alcanza una comprensión emocional plena en lo más profundo de nuestro ser. Se “vientresiente”, como se diría en nuevalengua.

Y para tratar de hacer más sencilla y, a la vez, más completa esta compleja experiencia comprensiva, surge esta obra que hoy reseño: El Ministerio de la Verdad: una biografía del 1984 de George Orwell, del periodista Dorian Lynskey. Entiende el autor, de manera tan obvia como acertada, que es trascendental entender cómo las experiencias vitales de Orwell influyeron en la plasmación de sus peores pesadillas y temores, porque 1984 es fruto de las decenas de años de trabajo, de documentación, notas, reflexiones, lecturas y vivencias de un hombre que, en palabras del autor de este libro que hoy nos ocupa, “tuvo una inteligencia libre”, y que se sintió un panfletista, obligado no a escribir ficción, sino a explicar y hacer entender el futuro tormentoso que él vislumbró de la humanidad.

En la primera parte del libro, Lynskey nos cuenta ese complejo periplo vital de George Orwell. Orwell, de nacimiento Eric Arthur Blair, nunca fue un teórico de la vida: las únicas cosas que, para él, contaban en ella, eran las vividas. Así, decidió ser un oprimido, y en los años veinte se hizo vagabundo. Más tarde decidió luchar en la Guerra Civil española, donde entendió muchas cosas, todas terribles, tan terribles como solo pueden serlo las guerras, y que luego aplicó en 1984: que los comunistas se comportaban de una manera tan terrible como los fascistas, el culto a la personalidad del líder, la reescritura de la historia, la supresión de la libertad de expresión, las detenciones arbitrarias, las confesiones forzadas, el clima de sospecha y miedo, cómo la política pervierte el lenguaje y la moral en su propio beneficio. Sintió allí —aquí, en aquel entonces del 36— que la historia se paró en seco, y la de 1984 empezó a andar.

A su vuelta a Londres tras la Guerra Civil, se encuentra con la declaración de guerra del Reino Unido a Alemania. Orwell quiso alistarse para combatir, pero una lesión en el pulmón se lo impidió, así que lo hizo en la Guardia Nacional. Arde en él, de nuevo, un patriotismo revolucionario. En este periodo influye en él la distopía “Nosotros”, del ruso Y. I. Zamiátin. También conoce a su admirado H.G. Wells, el escritor que más influyó en su infancia y en su obra (y en la de multitud de coetáneos), principalmente con sus obras “El hombre que inventó el mañana”, “La isla del Dr. Moreau”, “El hombre invisible” y “La guerra de los mundos”. Pero, de sus libros, el que más influyó en 1984 fue “Cuando el dormido despierte”. En él aparecen temas a los que recurrirá Orwell: tecnología para mantener el control, masas esclavizadas, pornografía por doquier, un inglés podado…

Al mismo tiempo coincide con Aldous Huxley y su inolvidable “Un mundo feliz” —que también bebe de Wells—, otra distopía, esta sostenida por la droga y el placer y no por la fuerza, recursos que nuca convencieron a Orwell.

Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó dos años para la BBC, que le enseñaron —y estas enseñanzas las plasmó más tarde en 1984 y su Ministerio de la Verdad— los entresijos de la burocracia, la censura y la propaganda política y bélica, además de darle la oportunidad de acceder para reseña a multitud de libros, muchos de ellos distopías, y películas. Cansado nuevamente “de ser un panfletista”, dejó la BBC (y la Guardia Nacional) y empezó a trabajar de columnista y editor literario. En este periodo —entre 1943 y 1944— se produjo la escritura de “Rebelión en la granja”, la novela que se puede entender como una precuela de 1984 y que, en sus propias palabras, más disfrutó escribir. Sin embargo, le costó muchísimo publicarla, dada su poco velada crítica al sistema soviético. Luego se hizo corresponsal de guerra, y fue enviado al París liberado, encontrándose allí con muchos escritores. En ese lugar se entera de la muerte de su esposa, Eileen, que le trastorna y le hace volcarse en el trabajo. “Rebelión en la granja” resulta ser un balsámico —por inesperado— éxito de ventas y crítica.

En 1947 viaja a la isla de Jura. Aunque viaja con su hermana, y recibe infinidad de visitantes, en realidad se siente solo y viejo, desesperado por su futuro —sus pulmones y su salud se deterioran rápidamente— y por el del mundo. Empieza la escritura de la novela, dedicando todo su tiempo y sus últimas fuerzas. Todo sabemos lo que sucedió cuando logró publicarla: se convirtió en un enorme éxito. Desgraciadamente, Orwell pudo disfrutar poco de él: exactamente 227 días. Muere el 21 de Enero de 1950.

En la segunda (y más sucinta) parte de El Ministerio de la Verdad: una biografía del 1984 de George Orwell, su autor aborda la fama imperecedera de 1984; sus controvertidos comienzos siendo utilizado como instrumento en favor de la propaganda antisoviética; las interpretaciones políticas, sesgadas e interesadas a las que se vio sometido y, por ende, el propio Orwell; su imparable repercusión, con el transcurrir de los años, en la cultura popular, siendo versionado en radio, cine, cómics, teatro y televisión, y su indudable influencia literaria, palpable en títulos tan importantes como “Faherenheit 451”, de Ray Bradbury (1953).

La última parte del libro es una sinopsis, capítulo a capítulo, de la obra a la que se dedica.

¿Cómo concluir hablando de una obra tan brillante y sempiterna como (aparentemente) terrible en su mensaje? Como dijo el primer editor que tuvo la obra en la mano, “1984 es un estudio del pesimismo absoluto, excepto por el hecho de que, si un hombre puede concebir ese futuro, tiene que tener también el deseo de evitarlo”.

Quedémonos con esto. 1984 no es una predicción de un futuro oscuro. Es una llamada a la acción. 2 + 2 nunca deben ser igual a 5, por más que nos mientan o fuercen. Como comentó el propio Orwell en una nota de prensa tras la publicación del libro, NO DEJE QUE OCURRA. DEPENDE DE USTED.

Interconectando autores, mensajes y tiempos, parafraseo a Chuck Palahniuk, autor de, entre otros, “El club de la lucha”, con la propia conclusión de su libro, aquí reseñado, “Plantéate esto”: “¿Y si los acontecimientos mundiales se están desarrollando en el orden perfecto para llevarnos a una felicidad futura que en estos momentos todavía no podemos imaginar? Por favor, plantéate que el siguiente final será el feliz”.

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